Por: Mary Leisy Hernandez – Marilei@hotmail.com

Era 23h15 del domingo en África occidental cuando salimos al aeropuerto. Dos horas después despegaba el primer vuelo hacia Casablanca y así comenzó mi largo trayecto por aeropuertos de tres continentes. Mientras escribo, aún estoy de camino, en un bar de tapas y montaditos españoles espero la hora del próximo vuelo. Aquí cansada y con sueño retrasado, pienso en las inhumanas condiciones en que los esclavos africanos eran forzados a hacer este mismo trayecto. Entre un 20 y un 50 por ciento moría en el camino. Precisamente desde Cabo verde, el país donde vivo, los mercaderes de humanos sacaron muchos a América.

En mi caso, luego de un par de horas de escala en Casablanca, tomé el segundo vuelo y cuando este aterrizó ya era lunes por la tarde y estaba en otro continente. Mi hija me recibió con flores en el aeropuerto de Amsterdam y fue un alivio el reencuentro, la buena pausa en su casa de estudiante, la abundante cena y la hora y media de sueño en una cama y no en el asiento de un aeroplano.

Hoy martes de madrugada, salí con mi hija a tomar el tren y luego el avión. Por fin al destino final? Aún faltan siete horas y media de espera en el aeropuerto de Barajas y ocho horas y media de vuelo. Pienso en la migración forzada, en los obligados a dejar sus raíces y las disparidades que aún permanecen. A mí solo me quedan unas horas más de espera, un vuelo más, el camino en taponado del aeropuerto a la casa y completaré 52 horas de trayecto para llegar a mi patria y a mi gente.

Cualquier sacrificio es poco cuando podemos hacer las cosas con ilusión, cuando tenemos propósitos personales y no somos esclavos de nada ni de nadie. Hasta en breve República Dominicana.

Ya me recuperaré del cansancio junto a los míos o frente al mar, en alguna playa tropical.