Apegarse al discurso, la propaganda y la fotogenia como medio para transmitir mensajes e imágenes que hacen llegar a los ciudadanos magnificando una obra de gobierno que no alcanza al contenido que se pretende exhibir, puede terminar como la de un malabarista de circo, que si se le cae un plato todos los demás irán al suelo.
En sus inicios era frecuente la visita oportunista hasta en los hogares muy humildes cuando ocurría una desgracia para solidarizarse con ella, hoy no sucede así, el Gobierno no se exhibe en ese ámbito cotidiano, es elitista, y sumado a la percepción de corrupción que se obvia perseguir, la ineptitud de muchos funcionarios, ya no despierta el entusiasmo de la gente que lo hacía al comenzar la gestión.
Cómodamente asentado en ese entorno el Gobierno asumía que sus “éxitos” eran compartidos por todos los ciudadanos, y parece tarde para reafirmarse en las redes, las calles, en los bares y restaurantes, en los supermercados, colmados, farmacias, estaciones de combustibles, autobuses, taxis, etc., como solía ser con la opinión pública, y una oposición cada día más crítica, es más difícil.
La reflexión resulta útil cuando se exhibe una “reforma policial” y la anunciada al Código Procesal Penal, que completaría la lucha contra la delincuencia, pero una reforma como esta última no es posible sin un amplio consenso, y la oposición no se dejará distraer aún ponga en evidencia públicamente sus reticencias por entender que es parte de la escenografía política.
Así sucede con la política migratoria cuyo rasgo más pernicioso es que el Gobierno luce cargado de servidumbres a organismos internacionales con condicionamientos pactados obviando la obligación de respetar tradiciones y señas étnicas particulares de los dominicanos. Los dominicanos deberán nacer para el futuro, y no podemos compartir con quienes ni tienen nuestros orígenes, y menos aún, quienes nos han enfrentado en el pasado.