(A Franklin Domínguez, la voz más alta de nuestra dramaturgia, en sus 94 años)
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Aunque el principal diario dominicano del decenio de los cincuenta, “El Caribe”, y la radiotelevisora “La Voz Dominicana” deben ser consultados con mascarillas antigás cuando se investiguen las principales noticias relacionadas con el acontecer cultural de aquella época, es preciso escarbar allí -en esos estercoleros que sirvieron a la dictadura como sus altoparlantes mayores- los principales registros de los acontecimientos donde la Entregeneración del cincuenta produjo signos, ritmos, frustraciones, sistemas, penurias, e incesantes búsquedas estéticas.
En un artículo que escribí sobre la novela “Los ángeles de hueso”, de Marcio Veloz Maggiolo, expliqué que los productores emergidos de las academias establecidas en el decenio del cuarenta -sobre todo los sensibles a los problemas sociales-, abordaban lo que Lukács enuncia en su “Teoría de la novela” (1920), como “un proceso que atraviesa el lenguaje con el pensamiento, e ignora la complicada interacción dialéctica entre el mundo de los objetos y la subjetividad que se esfuerza por captarlo y dominarlo”.
Por eso, los censores de la época fueron incapaces de “leer” los resultados asimilados por esa “intelligentsia” que emergía y no pudieron discernir lo que ésta era capaz de producir tras la estructuración de la plataforma cultural creada por la dictadura en la década anterior -de donde habían surgido- conectándose a un mundo que se desinhibía en Europa con el existencialismo sartreano, y aguijoneada en los Estados Unidos por los beatniks.
Tal vez el pecado mayor de los ideólogos de la dictadura fue la de propiciar el montaje de la “Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre”, un mamotreto propagandístico que se convirtió en un episodio de burlas, y en donde —como en un carnaval— se coronó un rey bufo (que no fue rey sino reina), pero que sirvió de explícito intercambio cultural a una generación atrapada en ese espacio. Los censores de la época tampoco podían comprender -les era imposible- lo que traía el cine, los libros, y lo que se filtraba en las noticias provenientes de las más disímiles fuentes, insertadas a través de los nuevos códigos culturales, emergidos tras finalizar de la Segunda Guerra Mundial.
Es por eso, que “Espigas maduras” de Franklin Domínguez Hernández, fue el resultado de una interconexión de fenómenos sociales y económicos que se agolparon en la década de 1950, los cuales produjeron no sólo objetos culturales contentivos de gritos soterrados, sino de definidas obras de contenido ideológico que se constituyeron en los estandartes que movieron a la siguiente generación, la “Generación maldita del 60”.
Franklin Domínguez fue una pujante muestra de los productores culturales de aquel decenio, entre cuyos nombres es preciso introducir los de Máximo Avilés Blonda, Marcio Veloz Maggiolo, Ramón Emilio Reyes, Carlos Esteban Deive, Silvano Lora, Paul Giudicelli, Papo Peña, Ada Balcácer, Tete Robiou, Oscar Renta Fiallo (convertido más tarde en Oscar de la Renta), Carlos Curiel, Gilberto Hernández Ortega, Radhamés Mejía y Eunice Canaán, entre otros.