Imagen pública
La imagen pública no debe ser festinada ni tomada de relajo. El artista, el comunicador, el cantante, el político, el deportista, cualquiera que sea la profesión u oficio que haya escogido y desde la cual tenga un compromiso con la sociedad, estará obligado a cumplir de por vida con un juramento moral, cívico y ético.
Es una tarea nada fácil, pero no imposible y, sobre todo, absolutamente necesaria.
Ya hemos tenido suficientes ejemplos con figuras del mundo del cine, del espectáculo y de la música, que se han enredado en una maraña de situaciones embarazosas y desagradables, consiguiendo trabar su ascenso, estancarse durante un tiempo o hundirse en la perdición y en el olvido.
Monitoreados
Quien se ha decidido por hacer su trabajo a la luz de la sociedad, frente al escenario o, como se dice en buen dominicano, donde el capitán los vea, tiene que saber que nunca volverá a estar solo. La vida del artista, para citar uno de los casos, es la de un personaje que se debe enteramente a su público. Éste, como fiel colaborador de sus proyectos y de sus éxitos presentes o futuros, será el guardián incondicional de sus actos.
Este carácter incondicional se transformará en una daga o en una tribuna, dependiendo de la traición que haya cometido contra esa multitud que lo ha seguido enardecidamente.
Ése es un de los precios que tiene que pagar el conquistador de la fama.
Sin tal sacrificio, no podrá llegar a hacer absolutamente nada.
Mala pisada
Cuando un personaje de la vida pública comete un exceso de tal envergadura que pone en entredicho su límpida carrera o su moral y hasta atenta contra su propia vida, en el caso de las drogas-, tiene su futuro profesional en un hilo. Fácilmente, su atril, su pedestal, su trono, puede tambalearse y romperse en menos de lo que canta un gallo.
Malhechores
La asociación de malhechores no es sólo tema de películas. En la vida real, también se arman tremendos desórdenes alrededor de figuras del mundo del espectáculo.
A veces, no es tal la participación del artista en esos actos pecaminosos y reprochables.
Son simplemente malas pisadas que, sin darse cuenta, enlodan el camino que recorren, por asuntos de juntillas o malas compañías que en nada le favorecen. Las malas influencias, la debilidad, la falta de carácter, la ingenuidad, el dinero, la manipulación, el chantaje cualquiera podría ser la causa de estas conductas desmesuradas. Lo seguro es que ninguna de ellas conduce a la grandeza de espíritu.
Muy por el contrario, son todas armas de doble filo que cercenan y malogran todo lo que un ser humano ha podido levantar durante toda una vida.
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