Enhebrando el tema de nuestra entrega anterior, sobre la diferencia entre el asesinato y el homicidio, debemos apuntar que otras legislaciones, como la española, no tienen los mismos elementos constitutivos que la normativa dominicana para tipificar ambos crímenes. El ciudadano, José Café, de la diáspora criolla de los Estados Unidos, nos escribe sorprendido por los distintos criterios existentes en los códigos para castigar las infracciones.
El artículo 319 del Código Penal expresa “el que por torpeza, imprudencia, inadvertencia, negligencia o inobservancia de los reglamentos, comete homicidio involuntario o sea causa involuntaria de él, será castigado con prisión de 3 meses a 2 años y multa de 25 a 100 pesos”. Como se aprecia, en el homicidio involuntario no existe la intención del agente para matar una persona. La intención es el elemento moral de toda infracción.
En la tentativa de asesinato debe existir siempre un principio de ejecución para configurar la infracción, y generalmente se verifica cuando el sujeto orquesta un entramado para matar una persona y falla en el momento de la acción. A veces, el agente dispara un arma de fuego a su objetivo y no logra impactar a su víctima. El homicidio voluntario es diferente y otras las circunstancias que lo tipifican.
Hay personas acusadas de homicidio, que pueden actuar bajo un estado que no le permite discernir, que suele llamarse, “locura momentánea o temporal” cuando el victimario está seriamente afectado por una situación exterior que le impide pensar y razonar en la inmediatez de su accionar. Hay jueces que se inclinan por el descargo de los imputados en este tipo de escenario, y otros magistrados los favorecen acogiendo circunstancias atenuantes a favor, y les imponen una pena inferior a la establecida por el Código Penal.
Hace más de tres décadas, un sargento de la Policía, mientras reposaba su almuerzo en su vivienda, ubicada en la avenida las Américas, próximo a la Sabana Larga, del ensanche Ozama, escuchó un estruendo y salió con su revólver de reglamento, acercándose al lugar donde había una aglomeración de personas, observando el cadáver de una mujer que yacía en el pavimento. La dama resultó ser la mujer del sargento, y esté sin mediar palabras, mató a un cabo de la Fuerza Aérea, quien fue el que embistió con su vehículo a la occisa.