Articulistas Opinión

Indolencia

Indolencia

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

La enfermedad y la muerte de un ser muy especial, les dejó una aterradora lección.
Resultó conmovedor vivir la experiencia de comprobar lo poco que suelen colocarse ciertas personas en el lugar de los demás. Por eso, no comprenden el dolor que en un momento determinado puede abatir su ánimo.

Lo más triste es que muchas veces, esos indolentes desempeñan funciones para las cuales, se supone, deben poseer un entrenamiento especial para contribuir a disminuir la aflicción de aquellos a quienes prestan un servicio en un momento especialmente difícil.

Capacitación no garantiza una mejor condición humana. Puede adicionar destrezas, pero no sensibilidad. Quizás proporcione pericia, y no impacte la empatía. La instrucción ofrece herramientas para desarrollar habilidades, pero puede dejar invariable una naturaleza retorcida. Hay gran diferencia entre ejercer un oficio porque toca, que hacerlo con sentido de herramienta para entregar al receptor como bálsamo ante la problemática que le perturba.

No podían creer el trato despiadado ante el agravamiento cotidiano de la salud de su amado pariente. Para nada servían las quejas por la inaceptable situación. Cuando llegó el desenlace fatal, todo se agravó.

Convirtieron el cadáver en una especie de rehén como garantía del pago de exorbitantes tarifas. Inmanejable situación que mezcla, en armonía imposible, corazones destrozados con cálculos matemáticos. Aquello era desgarrador en un triángulo dantesco de cajeros desalmados; dolientes inconsolables; y representantes de un seguro que lo único que asegura es la quiebra.

No suponían que asistían apenas al primer escenario de una macabra pesadilla. Cuando al fin pudieron desplazarse a los trámites funerarios, se inició el segundo episodio. Un paquete previamente pagado, cuyas maravillas ofertadas en las horas del convencimiento, no aparecían en el momento de la materialización.

Con la agravante de que el comprador no podía defender sus derechos y sus herederos estaban en las peores condiciones para reclamar. Qué pena. La muerte, llamada a ser la cúspide de las causas generadoras de solidaridad, convertida en ocasión para potencializar beneficios.

El cuadro de cierre de la tragedia sucede en escasos minutos previos a la cremación. Un ritual espantoso. Colocado detrás de un cristal, el puñado de deudos presencia su familiar sobre un miserable cajón de madera colocado en una camilla. Sus pies rozando la puerta de un gigantesco horno a punto de abrirse para que los botones de la camilla sean activados. Segundos antes de ese momento definitivo, cae sobre el vidrio la cortina.