Todavía deslumbra con olor a eternidad el radiante bolero, cuyas huellas marcaron más de una generación latinoamericana.
Este fenómeno musical decide toda una época, la delinea y marca sus improntas con deleitable musicalidad.
Entonces el mundo parecía andar más lento y la prisa por ir hacia ningún lugar probable no lograba aún el estrellato de lo cotidiano.
Lo que pudiera juzgarse inaudito ni siquiera lo parece:
La generación actual no contaminada del ruido que parece música- y todavía hay grandes intérpretes y buena música-la que sabe escuchar y reconoce la diversidad y riqueza del universo musical entiende el tiempo del bolero.
Entiende a un Felipe Pirela, a una María Luisa Landín, a un Alfredo Sadel, a un Javier Solís, a una Monna Bell, a una Konnie Francis, a los Panchos.
Esa guitarra que llora por las madrugadas, dice el compositor y se abre, acto continuo, un arcoiris sonoro de tonalidades variables.
Esa bellonera desorbitada, ese descubrimiento del rostro de una diosa a la media luna, ese árbol de tamarindo a orillas de la noche, la copa de vino, el hambre de querer y de conquistar.
Esa juventud que es loca, como cantara Aznavour, para agregar que ella no quiere ni llanto ni dolor.
Uno ve y lee expresiones de agradecido asombro en jóvenes de hasta 20 años ante la buena composición, el bien trabajado vino de la interpretación de hace medio siglo y más.
El arte es atemporal y a ello se debe que obras milenarias muy bien compuestas, muy bien interpretadas, mantienen una respetabilidad que trasciende las generaciones.
Los hallazgos no están ocurriendo todos los días y cuando emergen aportan sus sueños inolvidables a la mitigación del dolor.
La voz nostalgia no decide todo lo que fue el bolero en sus días dorados, en la miel de la bohemia entonces descansada y febril.
Tampoco lo precisa todo el término Era Romántica.
Se trató de un sentimiento colectivo que acepta como bueno y válido lo que tiene un valor enteramente sentimental.
Se trata de una generación estelar dedicada a encantar a la multitud justo después del trauma horrible de la II Guerra Mundial.
Es un momento en que aún no se ha producido una ruptura completa con la sobriedad exagerada del pasado que sobrevendría después con la nueva ola de los años sesenta.
Pero la pleamar rockera no pudo barrer completamente las piedras relucientes de la ensoñación con el bolero.
Su vigencia fue brande todavía hasta bien entrados loa años setenta del siglo pasado.
El bolero ha entrado incluso en la narrativa tras hacerse su lugar no modesto en la poesía popular y la llamada culta.
Poetas de modesta catadura (porque casi se mencionaba injustamente a los intérpretes y escasamente a los compositores, con la brillante excepción de Agustín Lara) fueron los que describieron un amor fragante o naufragante, una tragedia, un desamor poblado de pasiones a veces rencorosas.
Eran lo mejor de su momento en el decir y en el desdecirse, en la descripción vivaz de una saga amorosa que pudo haber sido interrumpida por la tragedia, por la desilusión o la traición que casi nunca están de vacaciones.
Es verdad que la prisa se apoderó de los acontecimientos posteriores.
Pero aún hay música, hay boleros de lo mejor, hay la dicha de escucharlos gracias a que la tecnología sigue prestando su utilería a la actualidad.
El bolero, sin ser una expresión socialmente comprometida-y sin dejar de serlo: una prueba es la canción Nathalí que cantan los hermanos Arriagada, de Chile, para citar uno entre muchos casos-es asimismo una respuesta a la dura irrupción de las dictaduras que avergonzaron con su presencia invasiva y sus crímenes variados la condición humana.
El arte es eterno y cuando deje de serlo o no habrá humanidad o se hallará ésta en gran peligro.
Se puede prescindir de muchas posibilidades subalternas más no de la faculta de crear.
El bolero es una creación pensada, meditada, delineada con la delicadeza, la cadencia y el buen juicio de gente que resultó sincera.
En la expresión de un momento de embriaguez amorosa.
O que lo registró solidariamente, con deleitable fruición.
Pieza musical de encantos
El Bolero marcó la llamada Era Romántica, iniciada desde la culminación de la Segunda Guerra Mundial, que llenó de nostalgias la generación de los 20 años hasta la década de los años 70 del pasado siglo XX.