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Las últimas horas  en la vida del Ché

Las últimas horas  en la vida del Ché

“¡Serénese y apunte bien! -me dijo como si me ordenase-. ¡Va usted a matar a un hombre! Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga.

El Ché con las piernas destrozadas cayó al suelo, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre. Recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y el corazón.

Ya estaba muerto”.

Éste es el relato de los últimos instantes de la vida de Ernesto Ché Guevara, narrado por su verdugo, el sargento boliviano Mario Terán, a su ministro del Interior, Antonio Arguedas. Aquel 9 de octubre de 1967 murió uno de los mitos del siglo XX y la aventura efímera del Ché de establecer con una cincuentena de hombres un foco guerrillero en Bolivia.

El escritor argentino Pacho O’Donnell reproduce el testimonio de lo ocurrido en la aldea boliviana de La Higuera en el prólogo del libro “Ché, la vida por un mundo mejor”.

El 9 de octubre de 1967 el periodista británico Richard Gott, del diario The Guardian, reconoció el cadáver del Ché Guevara, asesinado unas horas antes por el sargento Mario Terán en la escuela de La Higuera, en Bolivia.

Gary Prado, el militar que capturó al Ché en la Quebrada del Yuro, declaró al Journal do Brasil que éste le había dicho antes de morir que había sido abandonado por Castro.

Aunque ya no exista misterio alrededor de la figura de Guevara, por lo menos en cuanto a su identidad como el guerrillero llamado “Ramón”, jefe de las guerrillas de Bolivia, el misterio envuelve todavía las últimas veinticuatro horas del “Ché”.

8 de octubre

Los guerrilleros “Ramón”, “Inti”, “El Mauro” y los demás se instalaron para pasar la noche.

A la mañana siguiente el Ejército tomó posiciones: cuatro pelotones a cada lado del puerto; sobre ellos, dos secciones bloqueando la salida hacia el río Grande. Habían instalado cuatro morteros y una ametralladora “Browning”.

-Estaban copados. Todos deberían haber muerto. Sin embargo, sólo siete en aquellos dos días fueron muertos o hechos prisioneros.

El primer combate empieza a eso de la 1:00 de la tarde del domingo 8 de octubre  en el  lugar donde comienza el puerto y se une al sendero que conduce a La Higuera. 

Esta salida estaba cortada; por tanto, lo único que podían hacer los guerrilleros era descender por el puerto y llegar hasta el río Grande.

Hubo otra colisión 20 minutos después. Lucharon durante un cuarto de hora; luego nada. Cuatro muertos en las filas del Ejército.

Aquel silencio era más impresionante que el ruido de los disparos. A la altura de los cultivos donde pasaron la noche, hacia las 3:00 de la tarde, se desencadena un ruido infernal: morteros, metralla, armas automáticas, granadas de mano… Las rocas se parten, las piedras ruedan…

La sección del sargento Huanca, que sube al puerto procedente de río Grande, juega el papel de “tapón”. “Ramón”, siempre el primero, como era costumbre en él, va herido en una pierna; le ayuda a caminar Willy y sólo ve como solución: escalar.

Sus camaradas a lo lejos le ven avanzar y atraen sobre ellos el tiroteo. Van subiendo agarrándose a la maleza, a los espinos. Willy le ayuda, tira de su jefe que, además de estar herido, sufre una terrible crisis de asma. Se paran: Willy; dispara y vuelve a disparar.

Siguen subiendo, las manos sangran… Ante ellos, a menos de cuatro metros, surgen cuatro soldados que les rodean antes de que Wiliy pueda soltar a “Ramón” y disparar. Cinco, diez soldados: caen prisioneros.

   -Soy “Ché” Guevara.

Gary Prado, que está dirigiendo el tiro de los morteros, acude. Saca una foto que ahora lleva siempre consigo y mira la cicatriz sobre la mano de “Ramón”.

-¡Es él!

Coger a Guevara era un sueño imposible para cualquier oficial boliviano y él tenía al “Che” delante. Después contó:

   -Verdaderamente quedé como aturdido, como maravillado.

   -¿Habló usted con él?

   -Casi nada. No tenía tiempo. Tenía que ocupar mi puesto de mando.

   Lo más probable es que no hubiera sabido qué decirle…

   Confía los dos prisioneros, con las manos atadas, a cinco soldados que tienen prohibido hablarle.

   Cinco minutos después, la noticia llegaba a Vallegrande, al coronel Joaquín Zenteno Anaya, jefe de la 8a División. En clave:

   -“500 cansada”, “500 cansada”.

   “500” significa Guevara.

   “Cansada” significa prisionero.

   Durante tres horas permanece allí el “Ché” con Willy, a pleno sol, sentados sobre la maleza. Le vuelve el asma.

Los soldados hablan entre sí y le observan cuan do él no les mira. Pasa un rato y reina el silencio. ¿Dónde están sus camaradas, sus amigos? ¿Habrán muerto? ¿Habrán podido escaparse? ¿Cuántos?

   A la tarde regresa la Compañía. Ha caído la noche cuando llegan al pueblo con los cadáveres sobre las mulas, los heridos cubiertos con mantas, el “Ché” a pie y sostenido por dos soldados. Willy va sólo con las manos atadas.

 Encierran a Willy en una de estas salas mientras empujan a “Ramón” a la del tercer grado. Es un poco más grande. Un soldado lo hace sentar en el último banco, apoyando la espalda contra la pared.

   El primero de los jefes militares que le visitan al día siguiente es el coronel Selich. Llega en helicóptero a las 5:00 de la mañana para traer provisiones y una orden del coronel Zenteno: evitar que los “rangers” hablen demasiado con los prisioneros,  que reine la calma hasta que Ovando sea informado y  el alto mando tome una decisión.

   Una vez herido, “Ramón” había tirado en la maleza la bolsa de cuero que contenía documentos (encontrada dos días después por un campesino).

   Al día siguiente, el lunes por la mañana, Guevara quiere ver a la maestra de la escuela. Fue la única persona con la que “Che” quiso hablar y habló.

   Es joven, tiene 22 años, morena, de ojos verdes. Julia Cortés cuenta:

   -Tenía miedo de ir y enfrentarme a una bestia… y me encontré con un hombre de agradable aspecto, de mirada tranquila, dulce y bromista a la vez, al que no podía sostener la mirada.

Tres horas después llegaría la orden que ejecutó el sargento Mario Terán.

El Nacional

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