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Los fuertes golpes que da la vida

Los fuertes golpes que da la vida

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La violencia de la que formamos parte por el hecho de estar vivos, de vivir la vida como la creamos, está revestida de la palabra “destino”, que forma parte de la manera del hombre pensarse respeto a lo que le sucede en cualquier orden en que se piense y que está edificada sobre la arena. Somos su carne de cañón que, de vez en cuando, la vida, el vivir nos da muestra de ello, tanto de manera particular como en masa.

Sea por el “destino” o no, el golpe llega, nos comemos el polvo y volvemos a sonreír porque todo pasa a la memoria colectiva o personal, pues una de las condiciones del dolor es que pasa, querámoslo o no.

La historia vive dando ejemplo de ello. Lo demuestra tanto la pasada como la recién. Son los caminos del hombre en cualquier circunstancia, que cuando resbalamos y nos levantamos, si nos descuidamos lo pagamos caro sin ser esto optimismo, pesimismo o falta de humanidad.

Como hijos del viento, del agua, del fuego, de la Tierra y de la luz, de nuestro desarrollo tecnológico, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, se tornan lo contrario y nos arrojan al abismo de repente, lo que va acompañado en lo inmediato del desamparo que nos sobrecoge, nos arrincona; pero tenemos que sacudirnos, porque un día que esté acompañado del dolor, hay que evitar que nos espere al otro día.

Como vivimos en una sociedad del espectáculo nadie se salva de participar en ella, sea de manera pasiva o activa, es decir, ser su víctima. Sociedad del espectáculo que se remonta a las antiguas sociedades prevaleciendo la Roma de los Césares.

La violencia del “destino” nos llega desde la misma infraestructura material o espiritual con la que nos recreamos en nuestro bienestar y cuando se adviene cualquier desastre que nos afecta tanto a nivel personal o colectivo, ¿Acaso no será esa la esencia de este vivir, de cualquier vivir del pasado, que nuestras vidas, nuestro vivir lo sometemos a esa impronta solo reflexionando per se? Cualquier cambio a nivel personal, llámese como se llame, cambia nuestros hábitos de manera radical. Si éramos mesurados pasamos a ser lo contrario, todo eso debido a que somos nuestro poder adquisitivo y ese poder nos transforma de una hora para otra, cosa que ha sido así desde tiempos inmemoriales sin que el cambiar nuestros hábitos sea un problema y en el sentido cristiano, un pecado.

Es que nuestro afán de ser para sí nos convierte en ser para el otro y ese otro es donde nos desenvolvemos viviendo nuestras vidas como nos parezca, y de ahí cualquier resultado previsto o no. Parecemos otros cuando arrastramos o nos dejamos arrastrar por alguien o un acontecimiento. La experiencia de ser el otro perdiendo nuestros ámbitos de ser para sí siempre envuelve la violencia del “destino”.

El tener lo que nos sobra para hacer lo que queramos también encierra lo que no nos imaginamos. Lo que no nos imaginamos es cómo habremos de morir, porque de nacer no tenemos ese libre albedrío.

La sociedad de espectáculo en que se vive, a la que se aspira consciente no se puede eliminar de forma definitiva, pero sí regularla, pues la que se vive no es posible ni encomendándonos a mil vírgenes. Donde las “Mil Vírgenes” también son un espectáculo en un lugar cerca de usted y expuestas a la misma violencia determinista que es fraguada por uno mismo.

Lo que nos hace preguntarnos: ¿Es la naturaleza del hombre? Según su historia, con sed de justicia o sin ella, con destino o sin él, no hay escapatoria; sino forma parte esencial, está en la sangre, la compone una gran parte de ella.

La violencia da sentido a la vida por encerrar el sentido de cómo el hombre se ve así mismo en sus sueños, en su delirium de grandeza respeto a cómo quiere que lo “recuerden” en su violencia intrínseca.