Todos los amigos que nos aprecian tienden a recomendarnos a que nos dediquemos solo a escribir, pero solamente uno ha intuido el costo, Fernando Cordero, quien en un bar en Down Town de Nueva York nos dijo: «Grullón quiero sacarme el premio para depositarte lo que necesita para vivir y te dediques a escribir, y nada más».
Y todo por el abuso que hacemos de las anécdotas al escribir, cuyo vicio fue calificado por José Ingenieros como la más cara, ya que había que dejar de trabajar para ejercerlo.
Cuando los españoles llegaron a América montando a caballos, los nativos creían que el jinete y el animal eran las mismas cosas.
Pasado el tiempo en las extensas llanuras de Norteamérica, los apaches no podían vivir sin los caballos, y al entrar el tren a esas llanuras, al verlo por primera vez solo atinaron a decir: «Ahí viene un caballo de hierro», veloces como sus bestias de montura.
Una mujer que estaba lavando en el río al ver la entrada de la locomotora a Macondo, la comarca de García Márquez voceó «Ahi viene una cocina gigante arrastrando un pueblo». Asoció el humo de la locomotora con una cocina y los vagones como casas rodantes.
En estos días escribimos que lo novedoso, además de espantoso, tiende a generar terror porque cuando llegó el primer vehículo a la Zona Colonial de Santo Domingo, una mujer al verlo emprendió la huida y hasta la fecha no se sabe de ella.
Carlos Brito, que forma parte de nuestro equipo, tiene una compañía de fumigación con drones en el Cibao y lo que describimos en el párrafo anterior le trajo a la memoria su experiencia reciente, de una mujer del campo que al ver el pequeño dron volar sobre los sembradíos salió corriendo, voceando «Ese piloto si es chiquito».
Se paró y no se perdió como la mujer de la Zona Colonial cuando vio por primera vez un automóvil porque reparó en que los que manejaban el dron permanecieron inmutables en el mismo lugar.
Por: Rafael Grullón pulsodelasemana@yahoo.com