Con una sonrisa que resultaba exultante para todo el que le rodeaba. De trato afable y sincero, su conducta emanaba confianza y respeto. Entregado en cuerpo y alma a la rigurosidad de su oficio, Moisés de la Cruz fue un artista de la imagen, que parecía esculpirla pixel por pixel, pudiéndose contar una historia con simplemente ponerla a rodar. Su perspicaz ojo artístico se reflejaba en su consuetudinaria responsabilidad, haciendo de sus videos, evidentes documentos de belleza, pulcritud y total estética.

Su trabajo fue siempre su norte, al cual se entregaba con ahínco y anhelo. Nunca escatimó esfuerzo alguno en la búsqueda de la verdad gráfica, y aunque en algunos instantes la situación se tornara peligrosa, esas imágenes estaban ahí, hablando más que mil palabras, con la incuestionable alta calidad que en todo momento caracterizó su acrisolada carrera de reporte gráfico de televisión.

Si hubiera nacido fuera de este país, estoy completamente seguro que Moisés de la Cruz sería el camarógrafo predilecto de grandes directores de cine, como Martin Scorsese, Steven Spielberg, Quentín Tarantino o Pedro Almodóvar.

En su ética profesional como camarógrafo, la elegancia de su honestidad nunca necesitó adornos. Pero Moisés se marchó a destiempo, demostrando con su contribución al mundo de los mass media que la vida es bella, pero la muerte es una triste realidad.

Mas sin embargo, con sus más de 17 años de ejercicio en diferentes medios nos legó la impronta de su aporte, que en su paso por este mundo deja la justa creencia de que: “si la muerte es un absurdo, que la vida no lo sea”.

Por: Elvis Valoy

elvisvaloy@yahoo.es