Los elementos antiéticos que más se reflejan en la política, sobre todo durante los tiempos de procesos electorales, son las traiciones, es decir, la deslealtad, las mentiras.
Si algo debemos aborrecer como ente que desea el desarrollo colectivo de nuestra sociedad, es la llamada doble moral, esa que se observa en algunos de los que dicen ser políticos. Muchos de estos, al no tener una fuente de sustentación ideológica terminan tropezando con sus diversas realidades.
En estos tiempos, en donde es muy escasa la formación en términos políticos, la palabra lealtad ligada a la práctica política es un atributo personal que merece ser estudiado de forma metodológica, apelando a los procedimientos del método científico.
En el ejercicio de la política como ciencia, la palabra lealtad tiene un peso moral de trascendental importancia, la cual es imposible medir si no es a través de una buena y efectiva práctica ética.
Quienes trabajamos la política científica no nos cansamos de clamar a viva voz un accionar diferente frente al triste estado en el que muchos, creyéndose políticos se están desenvolviendo.
Quien no es leal, no importa en el espacio o el tiempo en el que se desarrolla, termina siempre echado al zafacón una buena parte de la conciencia colectiva.
La lealtad en política es un principio de mucha importancia. Esta no solo tiene que ver con aquellos elementos muy propios del interés personal, sino que la misma, encierra todo un andamiaje que reviste el interés colectivo.
De ahí su importancia, no solo para el yo como principio primario, sino de aquellas actitudes que terminan colocando casi siempre al individuo en el zafacón de la historia moral de nuestros pueblos cuando hacen lo contrario, elemento este que vemos a cada momento y en todos los estamentos de nuestras sociedades.