Dígase lo que se diga y sin lugar a dudas el papel de la Iglesia Católica juega en el comportamiento de las naciones, Estados y el individuo un rol fundamental de pacificación y control espiritual.
Independientemente, de su papel dogmatico y adoctrinante que se le atribuye sus efectos vienen hacer más beneficiosos que perjudiciales si se parte de que las colectividades humanas están cada vez más amenazadas y desprotegidas de diversos males.
Hay que imaginarse por un momento, en este mundo globalizado, la no existencia de la Iglesia Católica por donde andarían los indicadores mundiales de pobreza, violencia, delincuencia, corrupción, hambre y otras plagas.
Pero peor aún, qué sería de la humanidad sin la existencia de la religión católica ante los efectos devastadores e indetenibles de este nuevo fenómeno globalizado llamado crimen organizado.
Porque sí en la actualidad, de acuerdo a las encuestas más recientes publicadas por la Iglesia Católica, Apostólica y Romana la población mundial de católicos ronda los 1, 300 millones de creyentes y miren como estamos, entonces imaginemos como estaríamos si esta cantidad de almas no estuvieran cultivadas.
Esta población de creyentes católicos está diseminada según el referido informe de la siguiente manera, el mayor porcentaje se ubica en América con el 51 por ciento, seguido de Europa con el 26 por ciento, África, el 16 porciento, Asia el 13 por ciento y Oceanía con el 0.8 por ciento.
Como vemos la influencia de la Iglesia Católica sigue siendo fuerte en el mundo, lo que debe de aprovecharse para seguir fortaleciéndose y ampliándose como espacio de reflexión capaz de ganarle la batalla a los grupos de intrigantes y malvados que apuestan al colapso de la civilización cristiana.
¿Entonces qué hacer para seguir fortaleciéndola? Recientemente, un grupo de sacerdotes austriacos presentó un manifiesto denominado Llamado a la Desobediencia, en el cual plantean la necesaria urgencia de realizar cambios importantes a la Iglesia.
Al leerlo, surge la reflexión inmediata acerca de que si lo planteado por este grupo de disidentes no es más que el sentir de una sociedad cambiante y deseosa de encontrar en el mundo espiritual el consuelo y ayuda a sus problemas.
El planteamiento no es novedoso: ponerle fin al celibato sacerdotal, permitir la ordenación de la mujer, aceptar que las personas divorciadas puedan comulgar, entre otros.
Algunos de estos temas ya habían sido discutidos en el Concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII, por un grupo denominado progresista, pero que más tarde el papa Pablo VI rechazó de plano por considerar que aquellas pretensiones iban en contra de los conceptos cristianos.
El manifiesto de los sacerdotes austriacos deja por fuera una solicitud de cambio reclamada por los seguidores de la fe cristiana y que también resulta importante, como lo es la forma de impartir la misa.
La misa debe ser un acto de felicidad, sin embargo desde que uno llega, salvo gloriosas excepciones, la música y los sermones van dirigidos a recordarnos que vinimos a sufrir, que no hay felicidad posible si no nos arrepentimos hasta de haber nacido.
Eso antes de atraer, aleja a todos los que están buscando respuestas a sus dolencias. El éxito de las otras religiones, que cada día ganan más adeptos, es que les recuerdan a sus seguidores que todos vinimos a ser felices, que Dios nos ama como somos y que su misericordia es grande. Nuestra vida es consecuencia de nuestros actos, pero Dios suele perdonarnos y hacernos felices si de verdad nos arrepentimos.
Hay que entender, pues, que los tiempos han cambiado que la sociedad global se ha transformado y evolucionado hacia nuevos horizontes, donde el conocimiento y el entendimiento de muchas realidades han permitido analizar desde otra óptica el comportamiento humano, no sólo para mejorarlo, sino para avanzar de forma positiva hacia una vida mejor.
No es que la Iglesia Católica haya estado todo este tiempo equivocada, sino que la sociedad se ha transformado y debe adaptarse a los requerimientos morales de sus seguidores y ello implica cambios, como cuando se modificó la forma de dar misa en latín y de espalda al público a darla en el idioma nativo del lugar y de frente a los espectadores.
El autor es periodista y magister en derecho y relaciones internacionales.