Pido disculpas al cristianismo por irrespetar el sentido de las Pascuas de Natividad y de Resurrección, tiempos de alegría, el primero, y de silencio recogido, de penitencia, de procesiones itinerantes y escoltas respetuosas al Cristo Crucificado, el otro por llamarle a este tiempo de lucro personal, o de partido, una pascua electoral en donde estamos más dado al interés de la facción gobernante, que a la reflexión para un mejor destino de la nación.
Han convertido las elecciones en un carnaval cargado de paganismo político dilapidando millonarios recursos públicos impunemente que generan repulsas de sectores conscientes que ven como se pretende vender de nuevo con su falsa piel de oveja: un bienestar incomparable si se le brinda el voto a la continuidad, y uno no quiere pensar que el pueblo lo hiciere considerándolo una fatalidad inevitable.
Es decir, darle un triunfo a la incompetencia, la mentira, al ilusionismo y al tramoyismo para recibir lo mismo: ¡¡nada!!. Y la verdad que ha sido un Gobierno frustrante para la República donde se hace difícil contabilizar algún logro importante.
Es un defecto de fábrica: demagogia, rendija por donde se ha escapado toda una riqueza de más de 4 billones de pesos y miles de millones de dólares, y que el único remedio para taparla es mediante el voto crítico contra los culpables de tal imprevisión.
No es justo que el hachazo del azar pueda sostener en el poder a los legionarios del derroche. Pretender nueva vez enzarzar al pueblo con una conducta limosnera, dadivosa y encubierta en un humanitarismo de Estado promovido con un flujo palabrero constante, es un verdadero atentado al país en medio de problemas dramáticamente graves que tiene el Gobierno que constantemente necesita de la bóveda extranjera para atender las necesidades de este demencial gasto electoral en que incurre la Administración de la nación. Manos inhábiles para hacer, pero hábiles para derrochar.