Articulistas Opinión

Pensión de estudiantes

Pensión de estudiantes

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

Aquello fue una experiencia inolvidable para todos. Uno de ellos era el hijo del dueño de la casa, pero jamás asumió posiciones de privilegio respecto a sus compañeros. Apenas informar de la decisión de sus padres de acoger un grupo de estudiantes como pensionados, le llegaron mucho más solicitudes que los cupos disponibles.

Cuando los agraciados fueron seleccionados, se inició una convivencia que marcaría sus vidas para siempre por las buenas y no tan buenas vivencias que tuvieron que compartir. Todos eran del mismo pueblo y, aparte de uno, estudiaban medicina por lo que, los temas relativos a esa ciencia, eran los prevalecientes en las conversaciones académicas que se suscitaban.

Seleccionaron un apelativo para identificarse y, a partir de ese momento, desaparecieron sus nombres propios para ser sustituidos por la marca de identidad de la cofradía.

Dos integrantes adicionales completaban el equipo: La perra dálmata que les servía de guardiana y la maravillosa señora que les colaboraba en las faenas propias de un hogar.

Solo uno de ellos poseía carro. Los demás, se transportaban en motos de moda en esa época que, al paso del tiempo, terminaron asociadas con funciones relativas a cobradores.

En torno a ese carro se tejieron algunas de las anécdotas que serían más recordadas en el futuro. Se hilaron sobre los préstamos que el dueño hacía a sus compañeros urgidos de darle salida a requerimientos de la juventud y que no podían, por vergüenza o por negativa de sus acompañantes, canalizarlos con las limitaciones propias de autos de solo dos ruedas.

El propietario fijó una tarifa por cada kilómetro transitado y era riguroso anotando el número de la distancia que tenía recorrida al salir y la que marcaba cuando el automóvil le era entregado. Eso desataba en los usuarios una serie de estrategias para llevar a cabo la escapada agotando el menor trayecto posible, intentando preservar con meticulosidad la no siempre bien llamada dignidad masculina, tantas veces confundida con manifestaciones machistas.

Cuando se integró el último de los estudiantes, todos se confabularon para jugarle una broma pesada al llegar de matricularse en la universidad. Le preguntaron si había comprado su paraninfo, lo cual, le mintieron, era requisito imprescindible para cursar el semestre y cuyo plazo se vencía una hora después de formulada la interrogante.

Dejó la comida por mitad y regresó a la UASD inmediatamente. Nadie entendía su pregunta cuando decía que quería pagar su paraninfo.