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Perder un hermano

Perder un hermano

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

Adelante, Compadre, ¿cómo puedo servirle?”. Era su forma, de responder mis llamadas. Servir y no hacer a los demás lo que no quieres para ti, principios que normaban la vida de ese ser excepcional.
En su paso por la tierra, asumió una filosofía que constituye motivo de reflexión sobre cuáles están siendo y cuáles deben ser los propósitos de la existencia.

Hombre de creativas y en ocasiones quiméricas ideas.
Pocas pudo materializar. Su patrimonio material nunca fue abundante. ¿Podemos, por eso, afirmar que no fue hombre de riquezas?

Ahí radica el desafío que nos deja. No existe, entre quienes lo tratamos, alguien que pueda negar que vivirá en nuestros corazones. Que atesoramos de él recuerdos sublimes sobre múltiples manifestaciones de su infinita humanidad.

¿Quién no podría ofrecer testimonio de su integridad personal? ¿Podría alguien negar que nunca transigió con sus principios y valores? ¿Quién es ajeno a su afán por cohesionar sus hijos para que se preservaran unidos por encima de cualquier circunstancia? ¿Quién no está consciente del esposo cabal, amigo entrañable e incondicional que fue?
Su entorno está consciente de las respuestas de estas interrogantes. Tenemos el deber de proclamar que era hombre afortunado. Provisto de riquezas profusas, conformadas por bienes que, por su valor, no pueden ser adquiridos con dinero.

De un hombre de esa reciedumbre podemos despedirnos de su expresión corpórea, pero jamás dejará de estar presente en nuestra cotidianidad, a través del ejemplo que representa el legado que deja.
Sus legatarios deben ser fieles a las enseñanzas que les inculcó. No abandonar el compromiso contraído de darle continuidad a los objetivos de vida de su entrañable pariente.

Si los que disfrutamos de su compañía, retomamos su antorcha e intentamos reiterar sus sueños y anhelos, nunca morirá, porque seguirá vivo en nuestras memorias y actuaciones.

Ofrezco testimonio de gratitud a la vida, por la oportunidad de compartir tantos años con un caballero que fue testigo de episodios, buenos y no tan buenos, de mi vida. Cuando necesité un hombro donde apoyarme, lo encontré en él. Cuando quise brindar por un acontecimiento feliz, encontré en su bondad, la copa para alzar.

Le manifesté mi agradecimiento. Se lo reiteré en sus días finales y lo hice delante de su cuerpo horizontal que permanecerá erguido como faro luminoso que trazará rutas dignas de ser transitadas. Adelante, amado Carlos Arturo Sánchez, tus huellas no serán borradas, tus continuadores agradecidos, sabremos seguirla.