Me gusta hablar en términos de la realidad, de lo que pasa a diario. Es un tráfico compulsivo de información que se arrastra por el suelo en la sin igual red, que intenta destruir reputaciones, sin control ni credibilidad, como si se desatara una vorágine.
Se vive una pugna de voluntades, en esta campaña política que se caracteriza porque participan distintos grupos que persiguen objetivos diferentes y hacen esfuerzos por imponer su posición. Esto genera una batalla brutal. Cada grupo busca tomar contacto con las personas más influyentes.
El dinero se mueve en diversos escenarios, todos quieren convencer, seducir, persuadir. En fin, defender su posición con los medios a su alcance. Enfatizan sus fortalezas y minimizan sus debilidades. Al final unos ganan, otros pierden.
La mayoría de los candidatos se mantienen abiertos, aceptan las críticas, atacan y contraatacan, analizan las propuestas y forman las opiniones divergentes, y a todo dicen: »No se preocupen, buscaremos solución».
Sin embargo, la decisión de las elecciones, es un resultado colectivo. El mayor riesgo sería caer en la »trampa» del pensamiento equivocado al momento del voto.
La decisión no es sólo calculo racional; el resultado no es lo único importante, la forma como se consigue es igualmente relevante, o, como se plantea en tiempos de campaña y clientelismo, de poco vale que alguien gane en término de los verdaderos objetivos o la tarea que han propuesto quienes tuvieron el derecho al voto, a expensas de la simpatía por un determinado candidato, la gente algunas veces acierta, otras no. Aun cuando los vientos cambian y nos quedamos a la deriva.
Hay que trabajar duro, entender, aprender y comprender; descifrar los signos de los tiempos. Los países no son el resultado de un partido ni un candidato.