Algo está ocurriendo en nuestro país y refiere a la tergiversación absoluta de la Constitución que establece las reglas necesarias de convivencia nacional y el pacto político y social, y organiza los principios y las normas que rigen nuestra sociedad.
Mostrado en el desbalance de la práctica política de quienes tienen el mandato -dado por el pueblo- de cuidar el cumplimiento de la Carta Magna, y en la práctica políticopartidista dominicana, alejada cada vez más de los objetivos que la validan, mientras de manera descarada y sin vergüenza, profundizan un ejercicio de corrupción a la franca.
El artículo dos de la Constitución Dominicana dice que “la soberanía reside exclusivamente en el pueblo, de quien emanan todos los poderes, los cuales ejerce por medio de sus representantes o en forma directa, en los términos que establecen esta Constitución y las leyes’, no al revés, como es la práctica en nuestro país.
Las instituciones que conforman nuestra sociedad han sucumbido en estructuras de poder corruptas que se fortalecen entre sí distorsionando los valores que defienden como “tradicionales” y manipulando así, desde la doble moral que las valida, con un enfoque totalmente inclusivo de sus propios perfiles.
Es una realidad que la corrupción impune de los partidos tradicionales es la regla impuesta a partir de alianzas y negociaciones que nos utilizan y confunden manipulando los términos mismos de la democracia para desvirtuarla cada vez más. Como también, quienes históricamente se alían a ellos, desvirtúan y falsean sus propias instituciones.
Y para ejemplo, las iglesias cristianas que la tradición religiosa suponen fundadas por Jesucristo y sus enseñanzas y la historia probada atribuye hacia el año 313, cuando fue legalizado el cristianismo por el emperador Constantino I, sellando el mayor pacto político conocido en nombre del poder.
Y en nombre de la fe cristiana, que no es lo mismo que iglesia-empresa, fueron cometidas las peores barbaridades de negación humana, de manera histórica, reiterada y reconocida, siempre en el fortalecimiento de la posesión de riquezas materializadas y en la dominación en la forma de organización y acción del poder político. Y en el balance, al igual que el resto de quienes sostienen esta situación, las iglesias pierden cada vez más el respeto y feligresía.
Las últimas actuaciones de esta “asociación de malhechores” por y para el poder, destapa demasiado las miserias de la política dominicana, exclusiva, corrupta, misógina y discriminadora.
Y se sigue permitiendo porque todos los poderes están implicados pretendiendo continuar. Miserias políticas, querido pueblo.