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Régimen de fuerza: Miedo y relajos en el trujillato

Régimen de fuerza: Miedo y relajos en el trujillato

En la era de Rafael Leónidas Trujillo el calié delataba a los osados ciudadanos.

Por: Mario Emilio Pérez – marioeperez@hotmail.com

Santo Domingo.-  Todos los que nacimos en los primeros años de la dictadura Trujillista, así como nuestros padres, tíos y abuelos, sufrimos en carne propia y hasta en la ajena, aquel régimen de terror.

Las críticas que se hacían a la dictadura eran en voz baja, y solamente conversando con personas de nuestra absoluta confianza.

Eso se debía a que el sistema de vigilancia del gobierno tenía entre sus miembros desde millonarios hasta empleadas del servicio doméstico, fritangueros y limpiabotas.

Ese panorama determinó que no solo era peligroso hablar mal del gobierno, sino también no elogiarlo.

Alcanzó niveles de obligación una respuesta determinada frente a la pregunta contenida en este saludo: ¿cómo está la cosa? La contestación era: bien y mejorando.

Un día pasé un susto de no te menees cuando atravesaba el parque Independencia y formulé la interrogante a un conocido que estaba sentado en un banco.

-Aquí todos estamos bien, pero es bien jodidos- exclamó, provocando que le imprimiera mucha mayor velocidad a mis extremidades inferiores para poner distancia con él.

Es que si algún “calié” delataba al osado ciudadano, lo menos que podía suceder es que fuera encarcelado.

Y que además mencionara mi nombre como el autor del saludo que motivó su reacción, lo que quizás me hubiera ocasionado un mal rato.

En la década del cincuenta escuchaba junto a varios amigos en un banco del parque de mi barrio San Miguel un episodio de la radionovela protagonizada por un príncipe indio llamado Tamakún.

Los episodios se iniciaban con este mensaje del personaje: donde el dolor desgarre, donde la miseria oprima, donde la maldad impere, donde el peligro amenace, allí estará Tamakún, el vengador errante.

Todavía no me explico por qué se me ocurrió decir que aquel tipo era un aventurero farsante, porque no se le había ocurrido venir a arreglar este país, donde imperaban las situaciones que él afirmaba combatir.

Lo cierto fue que todos mis acompañantes, incluyendo al dueño del radio portátil, salieron corriendo, abandonándome con mi arrepentimiento y mi susto.

El inolvidable siquiatra dominicano Antonio Zaglul relataba que cuando ejercía el cargo de director del hospital siquiátrico Padre Billini, uno de los pacientes afirmaba que era Napoleón Bonaparte.

Un día Trujillo visitó el hospital, y el interno se acercó a él, y con ademanes obsequiosos lo colmó de elogios, ante lo cual el dictador le regaló dinero.

Al marcharse el jefe, el médico invitó a su oficina al demente, y le dijo que no se justificaba que fuera tan cobero con el llamado benefactor de la patria, siendo él más poderoso.

La respuesta del enfermo mental se produjo de inmediato.

-Doctor, yo estoy aquí por loco, no por pendejo.

Un colorido personaje apellidado De León Marte, y auto apodado El Renovador, inventó un dialecto que llamó Caona, y que aspiró a convertir en una especie de esperanto, o sea, idioma universal.

Pese a que en algunos causaba risas, era invitado de cuando en cuando a disertar sobre su creación idiomática.

En una de esas charlas en que mencionó al generalísimo, lo definió como collopo, etiloeno y orobotokilo.

Un alto oficial militar presente interrumpió al conferenciante, y le pidió que explicara el significado de aquellas palabras.

Entonces el renovador señaló que collopo era sinónimo de bondadoso, etiloeno de culto, y orobotokilo era una persona que ayudaba al prójimo materialmente de forma generosa.

Era harto sabido que en la era de Trujillo este mandaba con plenos poderes sobre los funcionarios de su régimen.

En uno de sus periodos gubernamentales ocupaba la Secretaría de Educación el licenciado Víctor Garrido, destacado intelectual, poeta y escritor.

Casado con la señora Tijides Saviñón, ella se quejó ante el tirano de las aventuras extraconyugales de su marido, de las cuales en ocasiones llegaba al hogar en horas de madrugaba, oloroso a perfume de mujer.

Debido a que Trujillo tenía en alta estima a la dama, ordenó un día que el funcionario se presentara en su despacho.

Y cuando este, a quien no le fue informado el motivo de la entrevista, entró a la oficina del mandamás, pronunció el saludo habitual de los subalternos del impredecible gobernante.

-A sus órdenes, jefe.

Trujillo se levantó con presteza de su escritorio, y acercándose al titular de la Secretaría de Educación, le dijo en tono admonitorio:

-Víctor, Tijides o te jodes.

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