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Reina pura y sencilla

Reina pura y sencilla

Oscar López Reyes

Oasis que rezume mi existir,/ lámpara en mi travesía,/ Andrea Reyes aromatiza con rosas de ternura/ y enternece mi alma, como un himno de esperanzas.

En el rayar de cada alba,/ todos los meses,/ todos los años/ y en todas las fechas progenitoras,/ recuerdo con más aliento,/ en el soplo de vientos primaverales,/ su mirada, su sonrisa, sus gestos/
y su amor filial.

En el Edén, hoy Día de las Madres,/ a su lado hermosean las amapolas/ y las aves entonan y repican el campanario,/
como heraldos que atesoran claveles/ en el remanso paradisíaco/ y el polen de la estancia más sagrada.
Reina pura y sencilla en su trato espontáneo,/el cauce materno entreabrió su corazón para/ prodigar amor desde el rincón de su hogar,/ su más preciada chimenea, su única playa/
de risotadas, de agitación discreta y/ fantasías señoriales.
Ella fue tranquila/ en su amistad de hermandad,/ solidaria en la fragancia de su generosidad/ y sierva, desprendida y adormecida/
en el montecillo de sus seres amados.
Impartiendo la bendición,/ mi madre a sus proles llenó de cariño apasionado,/ y a sus padres y consanguíneos/ se entregó con vehemencia desbordada,/ incondicional cual duende sin guarnición.
Andrea caminó por la tierra empinada/ en la lealtad y ofrendando obras menudas y/ de bien, visajes que sembró en sus crías/
y sus allegados.
Pero, ¡Ay!, se cortaron las alas del tiempo,/ en un mediodía en que el horizonte se tiñó de gris,/ en la grieta de un dolor penetrado/
en las fibras más hondas de mi ser.
En el lloro, sobre sus mejillas se posó/ el beso más cálido/
y el abrazo más prolongado/ de los surcos de mi ventanal.

Y las imágenes grabadas en mi mente/ regresaron a la Iglesia apostólica y romana,/ aquella tardecita de mi bautizo/
por un cura españolizado y un obediente clerical.
Anocheció y amaneció. Y antes del meridiano con un Sol/ cargado de resplandor,/ las flores y cánticos del evangelio/
bañaron de candor devoto el camposanto,/ fecundizado con el advenimiento de una matrona/ de paladares santificados.

Desde el 1 de junio de 2005, descansa de la bulla/ y tormentos que acamparon en su cuerpo,/ en el ocaso terrenal.
Y reposa glorificada por el Nuevo Rebaño de Jesucristo,/ llorada por sus hijos y queridos/ en el templo de la resignación.

En los sollozos de ese día se escurrió/ su bondad y destelló su comportamiento/ de dama especial, en hojas arbóreas:/
¡Estupenda! ¡Perfecta!
Como ángel guardián sabemos,/ madre mía, que nos proteges/
con tu corazón limpio y tu camisón con aura/ en los palpitares más solemnes,/ en las fiestas y en otros carruajes.
Hoy ni nunca tú no estarás ausente,/
madre mía;/ estarás como invitada soberana/
en cada conversación,/en cada composición lírica/
y en tu lápida.