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Sal y luz, el legado de la Reforma Protestante

Sal y luz, el legado de la Reforma Protestante

El autor es periodista, reside en Santo Domingo Este

La celebración del 505 aniversario de la Reforma Protestante de 1517, nos lleva a pensar no sólo en los aportes del legado histórico que este movimiento deja con el pasar del tiempo, sino que el mismo desafía a los creyentes a cumplir su misión de ser “sal y luz”, en una sociedad en constante deterioro moral y espiritual.

Si te consideras seguidor de Jesucristo (discípulo), y fiel en tus cumplimientos y responsabilidades, haces bien en celebrar la reforma del siglo 16, pero teniendo en mente el compromiso de dar testimonio y cumplir con la misión encomendada.

En el pasaje de Mateo capítulo cinco, el autor inicia definiendo en primer orden a quienes son los discípulos, qué son las bienaventuranzas, y las razones de porqué son felices o dichosos aquellos seguidores del maestro, cuyas motivaciones para seguirlo van más allá de las pretensiones materiales y las cosas temporales de vida efímera.

Resulta contraproducente el hecho de que los seguidores de Jesús sean felices porque lloran, porque son afligidos, porque tienen hambre y sed de justicia, porque los calumnian, y son perseguidos como a los antiguos profetas que hablaron en nombre de Dios, cuyos resultados fueron “el gozo y el galardón”, por haber sufrido por causa de Cristo y su evangelio.

Sin embargo, como parte de su discurso, Jesús enfatiza en un aspecto fundamental y dual que todo seguidor debe saber y poner en práctica; es el hecho se ser “sal y luz”. Jesús no está hablando de un tipo de “sal”, ni un tipo de “luz”, el maestro habla de manera exclusiva en primera persona, de la responsabilidad individual de cada creyente.

Si miramos la sociedad quinientos años después de la reforma de Martín Lutero, llegamos a la conclusión de que la época que nos toca vivir está totalmente “podrida”, “oscura”, y donde la moralidad ha pasado de moda. Una sociedad caracterizada por el secularismo que amenaza nuestra civilización entera a pesar de los “avivamientos”, como los conoció la Reforma en Europa y los Estados Unidos, bajo la consigna de los predicadores.

Sin embargo, a pesar del crecimiento del número de creyentes, lo cierto es que estamos luchando en un combate por el corazón y la mente de nuestros hijos, el núcleo familiar que hoy está en rebelión.

Por el otro lado, vemos las clases elites, intelectuales liberales, los medios de comunicación, las redes sociales, y los formadores de opinión, que venden sus ideas de que la homosexualidad es un estilo de vida alternativo, que el género es una construcción social, y que la unión entre personas del mismo sexo es tan moral y estable como las relaciones normales. 

En resumidas cuentas, es un tipo sociedad insípida y oscura que da riendas sueltas al placer, a la inmoralidad, y a lo irracional; un tipo de sociedad que atenta contra la vida de los no nacidos, y confina hasta la muerte a los ancianos, por ser una pesada carga para las familias.

La pregunta es: ¿Cómo ser sal, y luz en una sociedad como la nuestra? Podemos mencionar algunas razones como paliativos ante este panorama oscuro y sombrío.  Como creyentes debemos impedir que el mundo nos imponga su propia agenda, nos ponga a pensar como ellos lo hacen; es como lo establece San Pablo “no os conforméis a este siglo”, sino transfórmense mediante la renovación de la mente de manera constante.

El principio de “Sola Escritura”, dejado por la reforma luterana, es y será siempre la columna vertebral sobre la cual se sostienen los principios y doctrinas que todo creyente debe profesar por encima de las tradiciones e influencias de la sociedad. Estos principios nos ayudan a mantenernos como “sal y luz”, a defender la fe en medio de la inversión de valores y el debilitamiento moral progresivo que afecta al mundo. Al honrar los ideales del movimiento que afectó a Europa durante el siglo 16, los seguidores de Cristo deben estar dispuestos a cambiar de mentalidad y actitud; a asumir una conducta ética que sea ejemplo a otros en las áreas de influencia (familia, trabajo, estudio).

Lo más interesante aún es la responsabilidad que tenemos de trasmitir la enseñanza, la predicación, y la educación a las generaciones presentes y futuras, las cuales se enfrentarán a mayores desafíos en cuanto a la fe, que nosotros.  

Dirigir tu vida hacia el servicio de los demás, dejar atrás los caprichos teológicos y egoístas, es otra de las formas que los creyentes dan testimonio de su fe imitando el ejemplo de Jesús, el cual, como lo explica San Pablo en Filipenses capítulo 2: 5-11, no se aferró a su naturaleza divina, al contrario, cambió de estado y se hizo hombre, habitando entre los mortales mediante el servicio y la entrega.

Como creyentes que quieren ser “sal y luz”, en un mundo secularizado y pos-cristiano, donde se promueven ideologías contrarias al orden divino, la mentira, la discriminación de la dignidad humana, el odio, y el resentimiento, se debe estar dispuesto a demostrar que somos diferentes, manifestando el amor los unos con los otros.

Al cumplir nuestra responsabilidad de dar testimonio acerca de lo que creemos y confesamos, estamos comprometidos con cumplir la misión de que otros conozcan de Jesús; irradiar con la luz del evangelio a otros. Estas cosas implican tener que sufrir y estar dispuestos a experimentar situaciones desagradables, pero finalmente las recibimos con gozo al saber que estas cosas glorifican a Dios. En resumidas cuentas, cumplir con el legado de la Reforma Protestante debe poner al creyente a ver de manera diferente la vida presente con relación a la eternidad, como un antídoto a las pretensiones y luchas que experimentamos de este lado de la vida, caracterizada por muchos sinsabores y tensiones. felixcaraballor@gmail.com

 Colaboración de Felix Caraballo.

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