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Sensación

Sensación

Pedro P. Yermenos Forastieri

Desde que tuvo consciencia de su especial condición, se prometió a sí misma que nada ni nadie la amilanaría.
Rechazaba, con amabilidad, pero con firmeza, las acciones de los demás que pretendían suplirle lo que ellos suponían que no podía gestionarlo por ella misma.

Se fue ganando, poco a poco, el respeto y la admiración de su entorno. Era la motivación de todos aquellos que, aun sin sus limitaciones, no alcanzaban el grado de excelencia que mostraba en todo lo que hacía.

Lo más importante era que no reflejaba que su férrea actitud fuera el resultado de un afán desmedido por sobresalir o, lo que es peor, por enrostrarle en la cara a sus compañeros, una superioridad en su voluntad que le permitía prescindir de una asistencia que muchas veces se ofrecía con dejo de victimización que ella rechazaba con radicalidad.
Todo en ella era, y se notaba, natural. Estaba en su naturaleza.

Contribuyó a su brillantez profesional, la pasión que sentía por el oficio escogido. Su fama empezó a expandirse más allá de las fronteras que delimitaban su patria. Sus publicaciones eran referencia obligada para quienes incursionaban en el ámbito de su competencia.

Cuando llegó aquella primera invitación a participar como conferencista en un congreso internacional, su corazón parecía que iba a saltar de su pecho.

Era tiempo de pandemia y su exposición se haría de forma virtual.
El día señalado, preparó un escenario en el espacio de su casa que usaba para trabajar.
Ella quedaría sentada detrás de un escritorio, desde donde al público, que solo la conocía por su bibliografía, apenas le resultaba visible su cara.

Bastó que iniciara sus palabras para que aquel auditorio quedara ensimismado, como si de su voz se emitiera un efluvio anestesiador capaz de penetrar las redes y llegar al cerebro de quienes le escuchaban.
Al finalizar sus contundentes palabras, la ovación fue apabullante.

Ella sonreía y hacía un gesto de gratitud. El aplauso no cesaba.
Como en los conciertos, que el público reclama, con la manifestación de su satisfacción, el retorno al escenario del virtuoso.

No le quedó más que separase del escritorio y mostrarse.
No lo podían creer.

De un cuerpecito de menos de cuatro pies, embutido a duras penas sobre una silla de ruedas, brotaba tamaña sabiduría. El estruendo fue acompañado por gritos de loas y lágrimas de emociones incontenidas.
En lo adelante, nadie dejó de llamarla “La Maestra”.

Pedro Pablo Yermenos

Pedro Pablo Yermenos