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Sociedad enajenada

Sociedad enajenada

Julio Martínez Pozo

Hasta los chinos de Bonao, famosos en el refranero popular, saben que lo que hace altamente peligrosa e insegura a la sociedad norteamericana es la facilidad con la que cualquier persona puede adquirir armas de altísima letalidad, cosa que ha sido así desde que esa nación lo es, y, sin embargo, jamás había exhibido la esquizofrenia que ha caracterizado su vida en los últimos decenios en el que los acribillamientos pueden llegar a cualquier lugar.

No hay espacios de sosiego, ni de mayor o de menor riesgo para que toque el boleto fatal, una discoteca no hace diferencia con un cine, una iglesia, una escuela, un espectáculo artístico, un evento deportivo. No es que allí no voy ni dejo ir a mis hijos porque es peligroso, el riesgo se aparece a todas partes.

Que ahora los niños desarrollan sus destrezas jugando a matar  con los videos juegos, que esa es la ideología transferida al subconsciente en la llamada civilización de la memoria de pez que también se inocula en su principal medio de contacto con la sociedad, las llamadas redes sociales, que legan generaciones que no conciben la vida monótona y de largo plazos para lograr objetivos, que todo es un aquí y ahora, rápido, emocionante y violento…

Pero no es de ahora que se juega a la muerte, antes de los juegos tecnológicos San Nicolás y los magos de oriente que fueron a conocer al niño Jesús, entre los presentes que dejaban a la inocencia, habían pistolas para los varones, y no por eso crecían psicópatas que el mejor día les tomara con salir a vaciar sus resentimientos disparando inmisericordemente contra los objetivos seleccionados.

Al indiscutible peligro para comprar  armas de fuego con la facilidad con la que se pide cualquier otro artículo, hay que añadir el rompimiento del contrato  que la segunda revolución industrial traía aparejado con el acceso a un empleo formal que transfería conexión directa con el sueño americano.

Salvador Ramos y Peyton Gendron, con el sólo hecho de haber nacido blancos, tenían más o menos predestinado un horizonte de felicidad, pronto se independizarían de sus padres, buscarían alguna especialización laboral que les facilitaría formar una familia, pagar el financiamiento de una vivienda y manejar sus propios coches los fines de semana, como ocurrió con sus padres y sus abuelos.

Ya sus padres no habían encontrado las mismas oportunidades que sus abuelos, ni en los trabajos de cuello blanco ni en los de cuellos azules. Los primeros, esos de oficina que llegaron con las máquinas de escribir eléctricas y luego con las computadoras, el aire acondicionado, la telefonía y las hojas de cálculo; ahora no compiten en un mercado local sino en uno global, con dos inteligencias que lo abaratan: la artificial y la remota, por lo que el empleo de clase media se ha precarizado, mientras el de cuello azul se ha ido a China, la India.

Aunque el perfil que las políticas de seguridad han pintado  como el más peligroso es el de los antiguos esclavos que han emergido con una libertad e igualdad de derechos que no encuentra equiparación con la de oportunidades, surge otra bomba tiempo: los blancos pobres que padecen las mismas precariedades y exclusiones que los negros.