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Temor en lugares de RD ocupan haitianos

Temor en lugares de RD ocupan haitianos

Muchos entran cada semana a los mercados fronterizos a hacer negocios, mientras otros con la misma excusa se quedan en República Dominicana.

Conforme aumenta exponencialmente la presencia ilegal haitiana en territorio dominicano, se incrementa matemáticamente el número de víctimas criollas de inmigrantes indeseados y el temor visceral de las comunidades invadidas: miedo al asesinato, a la mutilación, al robo y a la agresión sexual. O a cualquier combinación de lo anterior.
Pasa todos los días.

Los medios de comunicación y las redes sociales traen con dolorosa regularidad noticias sobre decapitaciones, desmembramientos, degollamientos y heridas del machete haitiano contra hombres y mujeres dominicanos de cualquier estrato social.

Las víctimas de tales crímenes son lo mismo el tío de un exjefe de las Fuerzas Armadas, degollado junto a otras dos personas, que un joven prospecto del béisbol firmado en Grandes Ligas a quien dejaron manco de una mano; una anciana de 77 años asesinada para robarle sus ahorros, una niña de 12 años violada y desmembrada o una bonita adolescente de 13 años con ambos brazos cercenados por negarse a ser la amante de un inmigrante ilegal.

Asimismo, el prontuario de violaciones sexuales de haitianos contra dominicanas en este país enseña que las víctimas pueden ser bebés, encontrarse en los primeros años de la infancia o en la adolescencia e, incluso, hallarse en la novena década de vida. Tales ataques quedan, generalmente, impunes y ninguna hembra criolla se encuentra completamente a salvo.

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Para agravar la inseguridad social imperante, en República Dominicana desaparecen, misteriosamente y con frecuencia, jóvenes nativos de sexo masculino, blancos y mestizos, sin que la Policía Nacional sea capaz de arrojar pista alguna sobre los hechos.

Estamos huérfanos y tenemos miedo: el Gobierno de Luis Abinader y Raquel Peña nos toma el pelo con su falso muro y sus deportaciones mínimas, mientras los haitianos han entrado a RD por millones para formar cientos de enclaves en territorio nacional, algunos inaccesibles para las propias autoridades locales.

Y no solo llegan con machetes, revelan recientes incautaciones: también lo hacen con modernísimas armas de guerra quizá de las compradas por bandas haitianas en el sur de Florida. Debe recordarse que, según autoridades estadounidenses, algunos de esos equipos tienen el poder de derribar helicópteros y hasta de matar a una persona a dos kilómetros de distancia.

Los medios de comunicación y las redes sociales traen con dolorosa regularidad noticias sobre decapitaciones, desmembramientos, degollamientos y heridas del machete haitiano contra hombres y mujeres dominicanos de cualquier estrato social.
Miles de haitianos penetran a RD por áreas no vigiladas.

La suplantación étnica en la parte oriental, organizada y desarrollada de la isla Española ha sido decretada por fuerzas supranacionales que cuentan con el apoyo de personeros locales, dentro y fuera del Gobierno, con la conciencia y el hacer vendidos en dólares y euros.

Dichos agentes nos han convertido en esclavos de los haitianos: dejamos el sudor y la sangre en el pago de altísimos impuestos que sirven para asegurar a los invasores salud y escolaridad, mientras al menos 300 mil de nuestros niños quedan fuera del sistema educativo público; y para que unas 40,000 haitianas den a luz cada año a dominicanitos de mentira, en tanto que muchas parturientas nativas tienen a verdaderos hijos de la Patria en parqueos y pasillos de hospitales, por falta de salas y camas.

Hacen desaparecer, además, las tarjas de las estatuas de nuestros próceres, destruyen la bandera que lleva la Biblia en su escudo y utilizan a empleados corruptos de la Junta Central Electoral para suplantar a dominicanos vivos y muertos por haitianos ilegales, proveyéndoles de actas de nacimiento y cédulas falsas.

Sí, estamos huérfanos y tenemos miedo, pero no por mucho tiempo. Cada día somos más los dominicanos organizados para revertir los planes de destrucción de nuestro país.

Por: Luchy Placencia
luchyplacencia@gmail.com

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