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Tokischa descontrola el Citi Field

Tokischa descontrola el Citi Field

La rapera Tokischa Altagracia Peralta en el terreno de juego del estadio Citi Field de Nueva York.

La rapera Tokischa sintió una mano fría que se posaba en su desnuda espalda, y abrió sus ovalados ojos. Era su manejador, quien le recordó que debía apurar para llegar a tiempo a la cita en el Citi Field.

Despegó medio cuerpo de la cama y se percató de que había abandonado algo suave y delicioso. Un azul edredón y una almohada con un estampado de Marilyn Monroe. ¡Qué detalle!, y tan loca como yo, murmuró. Sonrió, y quiso relatarle el sueño que había tenido: en el barrio y que una chica le lanzó pegotes de lodo, mientras su padrastro le rellenaba con palabrotas.

Optó por quedarse callada, para extrañeza del manejador, quien estaba a acostumbrado a una mala palabra de cariño. Tokischa se puso las pantuflas, y acarició las medias con que se había dormido.

Notó que estaban un poco estrujadas. Observó entonces la casaca que le habían enviado para cuando sus pies se posaran en el estadio: detrás tenía impreso su nombre y el número 17. El ego le picoteó el pecho.

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Luego de una rápita ducha que su cuerpo recibió como dicha, tomaron el ascensor. Ella, como una niña malcriada, se apresuró a darle al botón para que la condujera al primer piso. Ya en el exterior se maravilló de los letreros en inglés y de lo limpia que lucían las calles. Un muchacho moreno y alto salió y le abrió la puerta.

Adentro el conductor de la limusina le dio una bienvenida: le pareció que la voz era la de un borracho, y casi se atrevió a decirle algo obsceno en forma de chiste.

Su manejador le pasó el periódico, mientras ella sacaba de una cartera Louis Vuitton y un espejito para darse un retoque. En la página 14 se detuvo y celebró que a alguien se le hubiese ocurrido escribir un reportaje sobre ella y Madonna. Se mojó labios, no se sabe si porque los sintió resecos o porque recordó el beso que se dieron ambas ante las cámaras.

Tokischa

Eres una malvada.
El manejador habló, elevó la voz como cuando alguien apresura un chisme o un tópico de farándula, y se acercó a acariciarle las trenzas, a la perfección tejidas y que, de vez en cuando, chocaban, contra unos sólidos pómulos.
-Llegamos, dijo el chofer de la limosina.

Fue como si de pronto hubiese despertado de un sueño. Lo de la entrada al estadio no fue nada especial. Acostumbraba ella ya a los corres y corres de una estrella.

Dos fornidos policías, y un gerente del equipo de los Mets, la condujeron hacia donde lanzaría la primera bola. El césped le pareció extremadamente verde, la pantalla que había en el fondo, muy grande y la miró extasiada y asombrada como repetía todo lo que sucedía abajo.

Saludó a los dos “umpires”, cuyos rostros endurecidos por las frecuentes rechiflas de los fanáticos y los resabios de los jugadores, adquirieron una repentina dulzura.

El himno de los gringos le pareció largo. El cátcher que recibiría la bola, muy atractivo, y fantaseó con que pudiera bailar a su lado. Escuchó aplausos y gritería cuando su nombre salió del altavoz. Había llegado el momento.

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Se agachó y con el movimiento desdibujó el número 17 y su rutilante nombre, apretó la bola que la sintió tan nueva y suave como el edredón que había acariciado toda la madrugada, y la lanzó, para sonreírse mientras trataba de seguirla y al ver que el cátcher tenía que desplazarse para poder capturarla.

En ese momento sintió que el viento acariciaba. Se puso la mano en la cintura cuando escuchó desde el dugout que uno de los peloteros pronunciaba con cierta lascivia su nombre.

  • Mañana estará en todas las bocas y diarios, susurró el manejador.
    Mientras se dirigía al dugout, alguien le pidió un autógrafo, y ella devolvió un garabato. Pensó en la almohada de Marilyn Monroe y que era más fácil para ella lanzar palabrotas y canciones que esa primera bola, que más bien fue un wild pitch, como ha sido toda su vida.

Por: Eloy Alberto Tejera
eloyalbert28@hotmail.com

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