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Triste guerrera

Triste guerrera

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

Desde su adolescencia, resaltaba su coraje, proactividad y sus ganas de salir adelante y forjarse un futuro promisorio. Tan temprano como en aquella dinámica juventud, se inició en las bregas laborales y empezó, como buena emprendedora, a desarrollar pequeños negocios que fueron el pilar inicial de un patrimonio que llegó a ser importante.

Como muchos de su generación, optó por emigrar a Estados Unidos, al considerar que aquel imán efectivo para atraer soñadores, era el escenario ideal para poner en marcha ambiciosos planes que, con efervescente ebullición, merodeaban por su mente creativa. Así ocurrió.

Asumiendo sacrificios extremos y trabajando jornadas extendidas, fue conformando el capital con el cual se estableció de forma independiente.

Como suele suceder, una mujer de sus condiciones se convirtió en foco de atracción de masculinidades aprovechadas. Una de ellas, con bastante poder de seducción, la hizo caer en sus redes y ahí comenzó su debacle.

Las consecuencias en el tiempo fueron peores porque de esa fatídica unión surgieron dos resultados que, forzados a formarse en un ambiente con tan poca sanidad, las huellas del desastre no tardaron en aparecer.

De difícil como era, su cotidianidad pasó a ser terrible. Sola, dos niños que atender, compromisos financieros atosigantes y, por consecuencia, urgida de producir cada vez más, configuraron un panorama que pudo haber sido el motivo primigenio de su triste final.

Antes de llegar a la mayoridad, los hijos emprendieron rutas propias y las mismas no pudieron ser más tortuosas. Drogas, embarazos a destiempo, relaciones tóxicas y desorden en todos los aspectos. Ella, como le resultare posible, vivía intentado suturar las heridas emocionales y morigerar las penurias económicas constantes de los implicados en ese drama emocional.

En medio de su desgaste, ansiedad y depresión, volvió a ser víctima de una de las trampas que, con tanta frecuencia, tiende el corazón a las almas devastadas. Dos diferencias sustanciales con el primero. Este era un hombre bueno, pero lejos de la abstención total del otro, era dependiente incurable del alcohol.

Su tragedia se profundizó hasta hacer añicos las escasas fuerzas que le quedaban. Fue cayendo en desconexión progresiva con la realidad, al punto que dejó de identificarse, y proclamaba, oronda, ser una famosa actriz parisina.

Después de haber sido proveedora de tantos, su ocaso le llegó de pésima manera. Tanto, que su sepultura duró pocos minutos por lo inútil que era mantener en la morgue, un cadáver sin reclamar.