Los pasajeros se aglomeraban frente a la puerta donde abordarían avión que en 90 minutos emprendería travesía sobre el Océano Atlántico.
Dirigieron su mirada hacia aquella mujer cuando se acercaba. Comprendieron, al verla sentarse cerca, que sería su compañera de viaje.
Todo en ella llamaba la atención.
Aquella voluptuosidad imposible de lograr sin asistencia científica.
Cabellos ante los cuales el arcoiris se queda rezagado.
Uñas que más que tales parecían garfios que concitaban la inquietud de saber cómo podía higienizar su cuerpo con esos dedos súper extendidos. Celular de última generación con protectores y adornos estrambóticos.
El asombro fue mayor al escucharla hablar. Obvio que se trataba de una caribeña que, pese a su evidente corta permanencia en Europa, intentaba hacer suyos acentos imposibles de asimilar en tales circunstancias.
De ese vano esfuerzo resultaba una mezcolanza risible de expresiones interrumpidas por preguntas hechas a sí misma sobre cómo se decía tal cosa en español.
Cuando hicieron el llamado para iniciar el abordaje fue la primera en colocarse en fila, para escuchar enseguida que debía esperar porque su grupo era diferente al que estaban convocando.
Ahí empezaron sus preguntas a una joven que pareció generarle confianza: ¿Cómo puedo saber el grupo al que pertenezco? Está en su pase de abordaje, le respondió. ¿Me puede ayudar a buscarlo?, fue su segunda interrogante. El suyo es el grupo 4, le dijo.
Se puso de nuevo en la cola. No permanecía callada un solo segundo. Cuando no lo hacía por su aparato móvil, se hablaba a sí misma, ambas modalidades en un tono que todos podían escuchar.
Aun con el poco tiempo libre que dejaba su constante diálogo, pudo escuchar cuando sus vecinos afirmaban que habían completado satisfactoriamente sus e-tickets.
Imagínate, sin eso es imposible abordar el avión, dijo uno de ellos, encendiendo las alarmas de nuestro personaje.
No le quedó más opción que preguntar qué era esa cosa a la que estaban refiriéndose. Se puso muy nerviosa cuando se percató que era la primera vez que escuchaba hablar de eso.
Casi seguido llegó su turno para registrarse. Apostó a que no le requerirían el bendito documento.
Le tocó un hombre, con quien intentó aplicar todos sus recursos persuasivos para conseguir su benevolencia. Nada le funcionó. Su desesperación fue total cuando vio finalizar el procedimiento sin ella encontrar un alma caritativa que le ayudara a solucionar un imprevisto que le hizo perder su vuelo.