Parece prematuro plantear soluciones, pero el Gobierno es que ha dado los primeros pasos. Oportuno es que sepan que lo más difícil e incómodo para un presidente y los funcionarios es perder el poder cuando más lo necesitan. Ocho años de ejercicio te fortalecen políticamente, pero cuando se goza del poder se corrompe el buen juicio, terminas fracasando, y la historia reciente atemoriza.
Así que a perfeccionar el Estado, y la reflexión puede resultar útil ahora que el Presidente luce con un alto apetito por las reformas y goza de una supremacista mayoría para llevar a cabo los cambios, de lo contrario quedaríamos perdidos en las brumas y se apelará a la reforma constitucional para maniobrar y tratar de seguir en el mando, eso sí, haciendo diabluras y repetir la historia: un desastre electoral causado por el descrédito de una mayoría asociada a la ineptitud, la arrogancia, la coacción, y procurando el continuismo mesiánico.
Perseverar en lo ilusorio. Discutir las reformas es saludable, pero no si lo que se persigue es fortalecer el partido en el Gobierno y desgastar a la oposición, sin embargo, el Presidente ha propuesto abrir un debate que resultaría interesante y necesario, consciente de que ninguna reforma es posible sin un amplio consenso, pero que no arroje una sombra de duda sobre su credibilidad.
Aún el cuadro macroeconómico siga siendo más que razonablemente bueno y el Banco Central nos garantice cifras consistentes, reconozcamos que República Dominicana cae dentro de los países vulnerables, y que siempre tiene un tratamiento de reservado por su altísimo nivel de deuda pública, el persistente déficit público a pesar del crecimiento, y un gasto público que es plena paganía. Hasta ahora el cambio es ilusorio, y más que un activo, ha sido un lastre.
Persisten agravados los problemas y el Gobierno necesita actualizar su oferta persuadiendo que de verdad busca realizar los cambios que uno no alcanza a ver, o terminará con más pena que gloria.