Esta semana se informó desde Madrid de la partida de Aída Trujillo Ricart, escritora y amiga cercana, a quien conocí a partir de una crónica que escribí en 2009, cuando su libro ganó el Premio Anual de Novela.
Lo cual hice con un enfoque equivocado y sensacionalista: sólo destaqué las bondades que ella como abuela atribuía en su libro a la sombra de mi abuelo, ignorando parte fundamental del texto en el cual censuraba al dictador por su explotación y represión contra el pueblo dominicano.
La crónica se publicó en El Nacional, fue muy leída y proyectó una imagen parcial de su texto, de modo que la generalidad de la gente supuso que era un blanqueamiento de la imagen de Trujillo.
Y las reacciones de mucha gente, no se hicieron esperar: se levantaron voces para que el Premio no le fuera entregado. Y hasta se firmó un comunicado por parte de 202 escritores e intelectuales, incluyendo muchos amigos míos, los cuales no habían leído la novela testimonial.
Se pedía que un premio de literatura que había ganado, no se le entregara, a la usanza del mejor capricho, que hizo lo mismo con Viriato Sención, una vergüenza literaria que se subsanó muchos años después, cuando se hizo la democracia. Cuando traté a Aída Trujillo en persona, fue cuando descubrí la real personalidad de esta mujer. Era coherente, integral en sus conceptos, que admitía lo buen abuelo que era Trujillo, pero que también lo rechazaba como gobernante dictatorial. Y se proclamaba demócrata.
Haber sido su amigo me costó rechazo y discrimen por parte de quienes detentaban la vocería de los que fueron reprimidos por los Trujillo, en base a un razonamiento lamentable: había que rechazar a Aída Trujillo por tener ese apellido. Recuerdo con pena cómo fui objeto de escarnio y rechazo cuando asistí a un acto del 30 de mayo, por parte de quien menos lo esperaba.
Cuando escribió su segunda novela, El otro Ramfis Trujillo: Sus últimos días de vida, sobre los recuerdos de su padre, no vaciló en comunicar en esa otra novela que le había confesado en su lecho de muerte que “tenía las manos llenas de sangre”.
Cuando Angelita Trujillo, la otra hija del tirano, publicó el testimonial Trujillo, mi padre fue la única voz desde la propia familia que enfrentó ese texto mentiroso.
Cuando el hijo de Angelita, Ramfis Domínguez Trujillo, anunció sus aspiraciones a la presidencia del país, la única voz que le recomendó, en lugar de hacer eso, pedir perdón al pueblo dominicano en nombre de la familia, pese a lo cual Aída Trujillo se fue de este mundo como una persona rechazada e irreconocida en sus aportes.
Alguna vez se le hará justicia; mientras tanto, que sus restos y su alma, descansen en paz.