Si quieren alegrarse la vida, en estos días aciagos de desencanto nacional (porque de eso se trata el nacionalismo, queridos “nacionalistas”), ante nuestra genuflexión política en el caso de Venezuela (elecciones y avión), les recomiendo escuchar los discursos de López Obrador y, de Claudia Sheinbaum, a las Fuerzas Armadas de México.
Porque, lo que está surgiendo frente a nuestras narices, es un cambio de paradigma, la inauguración de otra manera de hacer política en nuestra región. Manera que sustituye la grandilocuencia, lo afectado, el machismo verbal altisonante y agresivo, por el dialogo constante, suave y convicente con las masas. Masas a las cuales se enamora, como a una novia, no se le manipula, miente, o violenta.
He participado en grandes eventos de masa en Cuba, Nicaragua, USA, Bolivia, Colombia y Brasil, y cada uno ha sido un aprendizaje.
En Cuba, los primeros de Mayo iniciales eran un día de fiesta, de picnic, donde las masas comían, bebían, hablaban, reían, se enamoraban, mientras Fidel, ajeno a todo análisis científico sobre la duración de la atención a los discursos, se coronaba como el intérprete mundial de la grandilocuencia política.
En Nicaragua, sucede exactamente lo contrario, con un Ortega que apenas musita frases incomprensibles, privando en filósofo, mientras el pueblo se divierte, repitiendo el fenómeno del picnic. Al último primero de mayo al que asistí, llegó tres horas después de lo establecido y no fue capaz de excusarse y explicar de manera breve la razón de su tardanza, por respeto, y para congraciarse con la masa. Los delegados mexicanos y cubanos, disciplinados a morir, estaban tan furiosos como yo.
Empero nuestra furia aumento con la imprudencia verbal de Maduro, que ahora se vuelve a evidenciar en el caso del secuestro del avión venezolano en nuestro territorio. Un presidente no se rebaja y llama a otro “bandido y ladrón”, porque los pueblos no son estúpidos y sacan sus propias conclusiones.
Otra cosa hubiera sido preguntarle a Abinader, y a nosotros, si nos hubiera gustado que nos hicieran lo mismo. Colocarnos en el lugar de Venezuela y su dignidad presidencial, y avergonzarnos (si es que aun tenemos vergüenza) a nivel isleño y mundial. Cuando se cae en el insulto, o la violencia verbal: tradición Cabellista no Chavista, se pierde la guerra mediática.
Por eso hay que escuchar a Claudia. En su discurso a las Fuerzas Armadas les reforzósu autoestima vía su histórica participación en las gloriosas jornadas independentistas mexicanas; les reforzó el nacionalismo (vía el reconocimiento de las maravillosas tradiciones culturales de México) y el espíritu de servicio al pueblo llano, que ha sacado ocho millones de la pobreza.
Y todo dicho sin estridencias, como humanista.