En su libro «Sapiens: de animales a dioses», su autor Yuval Noah Harari nos muestra cómo el ser humano se fue adueñando de la vida en el planeta, hasta someter a las demás especies a su lógica y su mandato, cuestionándose por los absurdos resultados la amenaza que representa para la supervivencia la imposición de la impronta de los mortales en la naturaleza. A pesar del reinado de las personas en el globo terráqueo, el mundo no es tan equitativo como debería ser.
El individuo decide sobre la existencia de los otros géneros sin importarle las consecuencias que generen sus medidas. En qué momento este «semidiós» recibió una «patente» o «edicto» para subyugar a la flora y fauna que les rodea a sus designios.
El caso de Namibia genera escozor. Con 2 millones y medio de habitantes, esta nación africana de 824,292 kilómetros cuadrados, ha tomado la ácida disposición de eliminar 83 elefantes, 30 hipopótamos, 60 búfalos, 300 cebras, 50 impalas, entre otras criaturas.
Antigua colonia alemana de África subsahariana, que tiene como principal característica climatológica la aridez, Namibia está atravesando por la peor y más severa sequía de todo el siglo, lo que repercute en la política alimentaria de la población que tomará la carne de los rebaños sacrificados como su comida.
El gobierno defiende a «capa y espada» su determinación de aniquilación de las manadas, aludiendo que con la matanza de las fieras se reduce la presión sobre los recursos acuíferos y alimenticios. Ya antes estos casos de «biocidio» lo habían cometido tanto Botsuana como Zimbabue, trayendo esta acción el debate sobre la destrucción al medio ambiente por parte del hombre.
El orbe se ha deshumanizado a tal extremo, que en estos injustos casos en que se requiere la solidaridad mundial, nadie aparece.