Es curioso observar como las posibilidades de algunos comediantes
criollos y programas de humor de realización local se agotan, al punto
de desaparecer, sin haber ni siquiera intentado la posibilidad de
trascender y de ser aceptado en el ámbito internacional.
Se han consumido en su propia tinta, sin que se haga alguna observación,que de alguna manera puedan servir para motivar un análisis reflexivo sobre la realidad que se vive en el difícil arte de hacer reir.
Una de las limitaciones más notorias que se advierte en el humor «Made in Dominican Republic es el de la internacionalización.
El humor dominicano se fundamenta en caracteres accidentales, muy
locales, que se corresponden con nuestra cotidianidad, pero que dejan de lado valores universales.
Y al carecer de universabilidad se aleja de la posibilidad de ser comprendido y asimilado por fruidores alejados de nuestra realidad, por cultura y costumbres.
Nuestros humoristas crean un retrato de nuestros caracteres y
particularidades en los que no se ven retratados nuestros vecinos,
aunque compartamos el mismo idioma.
Talvez porque no reconocen elementos fundamentales de nuestros
códigos, que repito deberían tener universalidad, y que por el
contrario se quedan permeando una mímesis de nuestra realidad social, que aunque sea muy parecida a otras, se rige por cánones muy
particulares con caracteres muy diferenciados.
Si difícil se le hace a un humorista criollo hacernos reir, mucho
mayores dificultades encuentra al otro lado del charco.
Se crean situaciones y personajes que nuestra gente percibe como muy verídicos por su conexión con la realidad que vivimos, pero no puede ocultarse su falta de congenialidad con valores expresados en los esquemas de otras sociedades, y ello los lleva a quedarse en un plano localista.
Se pudiera arguir que el asunto se reduce a critrerios de apreciación que entran a un nivel de difuminación semántica, sin embargo los hechos demuestran que aquí se practica un humor carenciado de creatividad, que repite una secuencia iterativa, donde se prefiere rendir culto a la banalidad, apelando al facilismo, y a esquemas que se vienen repitiendo desde hace mucho tiempo que, como se puede ver, agotaron su ciclo vital.