Al relucir las limitaciones del presidente Joe Biden para articular ideas en el debate con el republicano Donald Trump las alarmas se han disparado en importantes medios y sectores estadounidenses sobre la aparente incapacidad del mandatario tanto para retener el poder en las elecciones de noviembre próximo como para gobernar sin perturbaciones una nación tan poderosa.
El clamor ha sido entonces que Biden decline sus aspiraciones tanto para evitar males futuros como cerrar el paso a Trump, quien de volver a la Casa Blanca podría convertirse en el primer dictador en la historia de su país.
Trump es una amenaza para el sistema institucional que históricamente ha sustentado el desarrollo estadounidense. Maniobró para desconocer los resultados de las elecciones de 2020 y cuestionó un modelo de votación con el que irónicamente había llegado a la Casa Blanca. Al mismo tiempo el magnate republicano ha devenido en la más genuina expresión de la crisis de valores que desde hace años corroe las entrañas de la sociedad estadounidense.
En una nación con principios tan arraigados, a pesar de su diversidad étnica, religiosa y cultural, la mentira y la infidelidad se han considerado no solo como atentados a la moral, sino, dependiendo de las circunstancias, delitos penales.
Entonces tiene que inquietar que la sociedad estadounidense abjure de sus valores y tradiciones al optar por un candidato que apele a la mentira como arma de defensa y ofensa y que justifique la infidelidad, como en el caso de las relaciones con la actriz porno Stormy Daniels, a la que después silenció a través de soborno.
Es posible que Biden no esté en condiciones de competir y menos de gobernar durante los próximos cuatro años a Estados Unidos.
Sin embargo. en su incapacidad y el probable retorno de Trump a la Casa Blanca los sectores de poder tienen también que sonar la alarma sobre la crisis de valores en una sociedad que evidencia haber renunciado a los principios básicos de la integración y la convivencia y que asume las malas artes como recursos para alcanzar el bienestar material, que es lo que parece importarle.
Con los crímenes irracionales, la degradación de la escolaridad y hasta las mismas intromisiones del Gobierno estadounidense en conflictos internacionales que no son de su incumbencia han contribuido con esa descomposición que sintetiza la preferencia por un candidato que se ha caracterizado por los insultos, los malos modales y la grosería.
Más allá de la renuncia de Biden para evitar a Trump los poderes fácticos tienen que revisar su sistema institucional y social con el propósito de identificar y extirpar los nódulos malignos de sus entrañas.