Rafael Grullón
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Cuando estalló en los años 80 en la otrora Unión Soviética la Perestroika y la Glasnost, palabras que definían un proceso de transparencia, apertura y democracia, se generó toda una literatura que describe el agotado régimen.

La burocracia fue dibujada a través de un empleado del Estado que estaba en una recepción de una oficina pública y había puesto a su espalda un gran letrero con todas las respuestas que tenía que darles a los contribuyentes.

Cuando llegaba un ciudadano y le preguntaba algo, el hombre pinchaba un botón y le hacía seña hacia atrás. Sus palabras tenían que valer oro, ya que no se molestaba en pronunciar una.

Eso que hoy llaman Zoom, la comunicación visual y auditiva del hombre a través del computador y que, puesto en ridículo a comunicadores y políticos en el mundo al usarlo descuidadamente en la intimidad del hogar, ya existía en aquellos tiempos en la Unión Soviética.

Una de las críticas que figuraba en la literatura de que le hablo, era que los miembros del Politburó del Comité Central del Partido Comunista Ruso llevaban tiempo sin verse personalmente, ya que en aquellos tiempos se reunían a través de lo que ellos llamaban entonces TelePuerto, que no era más que el Zoom de hoy.

En Cien Años de Soledad, García Márquez escribió “Llegará un momento en que nos comunicaremos con el mundo sin salir de nuestros cuartos”. Tenemos el presentimiento que recibió esa señal al haber estado ya en el 1957 detrás de la Cortina de Hierro, en la Unión Soviética.

Un día, 70 años después, el sistema que representaba «El Mundo Nuevo» se desplomó». Los sistemas deben ser sometidos a cuestionamientos permanentes para transformarlos antes que se desplomen.