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Dicha efímera

Dicha efímera

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

En la historia de la familia, la tradición era que el personal que colaboraba en las faenas del hogar, permaneciera durante largos años. Eso fue en una época que hace mucho tiempo terminó. La nueva realidad es la dificultad extrema para conseguir ese apoyo, no importan salario ofrecido y facilidades otorgadas. Es irónico que, en una sociedad que preserva evidencias palmarias de atraso, al mismo tiempo se originen vestigios de desarrollo. Cada vez más, es privilegio de pocos contar con servicio doméstico.

 Por eso, estaban ilusionados cuando llegó a la casa. No podían creer que era cierto que, en medio de tantos obstáculos, hubiesen encontrado alguien con cualidades semejantes a las experiencias que habían vivido desde su infancia. El embrujo fue recíproco. La alegría de ella no era menor a la de ellos y así surgió el encantamiento  de ambas partes.

 El esposo derramó sobre la nueva integrante  del hogar la bondad sin límites que con tanta fruición solía hacer con quienes su pasional temperamento le indicaba que eran acreedores de su valoración positiva y de su cariño. Fue haciéndole aportes para contribuir con la casita rural que intentaba construir desde antes de mudarse a su nuevo trabajo.

Cuando la alegría es pasajera

Ella, de su parte, no escatimaba esfuerzos para auxiliar a sus empleadores, en especial a él, cuando los frecuentes excesos en el consumo de cervezas le hacían pasar terribles días posteriores, en los cuales, solo el concentrado de sopa de pescado que le preparaba le amainaba la tormenta generalizada que lo aniquilaba.

 Estaban celebrando el progreso en la edificación de la vivienda, a la que solo le faltaba el pisito de cemento con colores para ser estrenada. Para participar en ese último paso, organizaron una visita colectiva al lugar. El evento se acompañaría de un criollísimo sancocho de habichuelas que se prepararía en el patio de la casa, común para los integrantes de tres familias que compartían el solarcito que albergaba sus refugios precarios.

 A media tarde, se manifestaron los efectos  de la gran cantidad de botellas vacías colocadas alineadas al lado de una empalizada de piñón cubano. Pensaron que darle al señor un plato caliente del caldo, aliviaría su estado. Fue peor. Un sudor copioso empapó su ropa y el rostro empezó a ponerse morado. Los hijos que lo acompañaban lo condujeron al hospital más cercano y en la emergencia, fue solo verlo para confirmar que no había nada que hacer.