Cuando es un artista quien se va, el mundo no es el mismo. Cuando es un artista quien se marcha, el aire es distinto. Cuando parte un artista como este, queda el aroma y el recuerdo de tanta alegría y danzar popular que ofreció durante tantos años.
Claro que se entiende que la vida de nadie es eterna, pero nos duele.
Mucho nos duele al tiempo de sentir que su obra queda resonando entre nosotros.
Ha partido Diómedes Núñez Guzmán, cantante, compositor y director de orquesta de merengue, quien nació a las tres de la tarde en Santa Cruz, Mao, Valverde, el 3 de enero de 1967, pesando al nacer tres libras y ocho onzas.
Hijo de Zunilda Guzmán y Diosneidy Antonio Núñez, nos ha privado de su luminosa y franca sonrisa y ya no nos acompaña esta vida y de seguro que estará ofreciendo su luz en lo alto de los cielos.
Desde muy temprano en su vida, desde los 8 años, mostró una inclinación plena hacia la música y lo hizo aprendiendo a tocar la tambora y luego, cuando vino a la capital, donde residían sus padres, que lo inscribieron en el Conservatorio Nacional de Música para estudiar trompeta y armonía, y recibiendo clases particulares de profesores de canto.
Lo suyo era la música, una carrera que cada vez se afirmaba en su perspectiva. Llegó a ser trompetista de la Orquesta Filarmónica Juvenil.
Luego inicia con la orquesta de Alex Bueno, su carrera hacia el ritmo nacional: el merengue y en su etapa más históricamente brillante e inolvidable: los 80.
Hizo una trayectoria en la que debió enfrentar dificultades y altas murallas, a todas las cuales venció con determinación y alegría.
Músico y cantante profesional, nos dio éxitos como su primer número: Las estrellas brillarán (Ramón Torres), y de ahí en adelante vendrían otros merengues para sumar más de 100 éxitos.
Ahora ilumina los cielos con su luz.