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El Cerro Juan Calvo, un Patrimonio Natural

El Cerro Juan Calvo, un Patrimonio Natural

Por: Ángel Berto Almonte

Parte 1 de 2

DAJABÓN.-Una apacible quietud, disipada apenas por las suaves ondulaciones de las copas de erizados pinares que ocupan el espacio casi por entero, caracteriza en el presente el entorno del emblemático Cerro Juan Calvo, que se encuentra situado en las afueras de Dajabón, a la vera de la carretera que empalma a esta ciudad cabecera con los municipios y poblados situados en la porción sur y sureste de la provincia.

Abriéndose paso entre frondosos pajonales, hirsutos peralejos y cimbreantes pinares, discurren algunos senderos con múltiples historias por contar; y siguiendo dócilmente la ruta por ellos descrita se puede ascender, sin mucho esfuerzo, al punto más elevado de este alargado promontorio al que, sin afanes de regateo en asuntos de altitud, le engalanan glorias y méritos de indiscutible valor.

Indiscutible valor, ya fuese por su imbricación con el andamiaje de costumbres, folklor y leyendas de factura local o por su relación, de manera directa, con el advenimiento de una serie de sucesos que catapultaron a los hombres y mujeres de la región fronteriza y la Línea Noroeste como protagonistas de primer orden en capítulos relevantes de la historia de la República Dominicana.

Situados en la meseta de esta legendaria elevación podemos apreciar a simple vista la fisonomía de las poblaciones de Dajabón y Juana Méndez, situadas a algo más de 5 kilómetros de distancia, así como diversos caseríos diseminados a ambos lados de la línea limítrofe dominico haitiana.

Arropados por las poderosas corrientes de aire que corren en libertad en estos linderos y observando la estratégica posición en que se encuentra el cerro, con una singular conformación geológica en la que predominan colosales formaciones rocosas redondeadas que están diseminadas en casi todo el entorno, podemos entender, sin más preámbulos, las poderosas razones que influyeron en el ánimo de los valientes guerreros y prohombres de las guerras de la Independencia, la Restauración y los sucesivos conflictos intestinos que tuvieron lugar a partir del ajusticiamiento del tirano Ulises Heureaux –Lilís-, para convertir al cerro Juan Calvo y otras elevaciones de la zona con idénticas cualidades, en la atalaya y el centro principal de las operaciones bélicas ejecutadas en esta región.

Invencible, las más de las veces, ya fuese por las difíciles condiciones de accesibilidad mencionadas, que convertían el lugar en poco menos que inexpugnable, o por las inigualables cualidades de arrojo y valentía que primaba en los defensores del lugar –hombres diestros en la guerra de guerrillas y forjados en la fragua del sol liniero-, lo cierto del caso es que, con el paso de los años, el enigmático promontorio fue dejando grabado su nombre con letras forjadas en el fuego bravío que caracteriza la templanza de los habitantes de esta región sembrada de heroísmos.

Una conocida pieza folklórica en homenaje a Desiderio Arias, que originalmente surgió como una hilvanación de coplas aisladas esbozadas por nuestros campesinos al calor de esos sucesos y esas luchas, refiere que: “ … en Chacuey y en Las Mercedes, en Juan Calvo y Dajabón, Desiderio fue el más guapo, cuando mataron a Mon”.

Y, en efecto, como antes ya lo había hecho José Cabrera y otros prestantes soldados de la Restauración, tanto el fogoso caudillo noroestano de referencia, como Andrés Navarro, Ramón Tavárez y otros bravos generales de la manigua, impusieron sus respetos en estas altitudes y serranías en diferentes épocas, correspondiendo al sentimiento levantisco que inflamaba las venas de aquellos hombres, para rendirle vasallaje a la cruel deidad de la guerra, -como señalaría luego el historiador Rufino Martínez-,a tono con el imperativo del momento y la defensa de los derechos y prerrogativas regionales que, a su modo de ver, les correspondían.
Con el curso de los años y el advenimiento de un ordenamiento en la conducción de la República, el entorno del Cerro Juan Calvo comenzó a experimentar una etapa de aparente calma y sosiego en su bucólico discurrir.

Digo aparente calma porque, amparado en el manto de la omnipotencia y la impunidad y contando con el silencio cómplice de la noche, el régimen despótico de Rafael Trujillo llevó a cabo en octubre de 1937 el genocidio de más de 20,000 haitianos que ocupaban predios agrícolas en tierras dominicanas en condición de invasión pacífica. Y para ejecutar esta abominable acción utilizó, entre otros lugares, una parte del entorno del cerro Juan Calvo y la amplia sabana que se extiende a sus pies.

No conforme con ello, en el curso de los años de la oprobiosa dictadura trujillista, los terrenos de la simbólica elevación dajabonera fueron usados como campo de tiro, en labores del entrenamiento táctico del ejército y la realización de diversas maniobras militares tanto de carácter aéreo como de infantería, hecho que, a más de constituir una grosera muestra de poderío dirigida a desalentar cualquier intentona de oposición política o de desafección local, también servía para intimidar al pueblo haitiano y a sus sucesivos gobernantes, contra quienes el sátrapa dominicano desarrolló un agresivo y permanente enfrentamiento.

Este sistemático asedio afectó profundamente el ecosistema y la naturaleza imperante en el perímetro del cerro extendiéndose los niveles de desertificación en la zona. Una parte de los manantiales que brotaban entre la arboleda y se descolgaban como juguetones arroyuelos por las faldas de la loma para alimentar el cauce del Río Masacre, que corre en las cercanías, fueron perdiendo caudal y, con el tiempo, la indolencia agotó sus cantarines torrentes, convirtiéndoles en cauces polvosos saturados de pedregones y areniscas. Este material fue facilitado por el prestigioso historiador Sergio Reyes, quien es egresado de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

 

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