convergencia Opinión

El tamaño no importa

El tamaño no importa

Efraim Castillo

El subdesarrollo no se manifiesta en las naciones por sus atrasos en la agricultura o la tecnología. El subdesarrollo se visibiliza, se hace palpable, en su producción intelectual y en la creatividad de sus ciudadanos. Y esto, desde luego, tiene que ver con la ignorancia manifiesta, la cual permitió la dominación de la corona española sobre nuestros aborígenes, quienes por el oro representar para ellos un acto de ornamento y magia, prefirieron los espejos que reflejaban sus figuras sobre el valor de cambio del metal.

Por eso, la riqueza puede medirse de varias maneras, pero su incidencia mayor se produce en la medición de la prosperidad del que la posee.

De ahí, a que se puede ser un país pequeño y desarrollado como Suiza, que impone condiciones en los depósitos bancarios del mundo, o grande y subdesarrollado como Brasil, que sirve de asentamiento a grandes delitos de corrupción y crímenes contra indefensos aborígenes de la Amazonia. Pero en todas las manifestaciones de desarrollo o subdesarrollo la importancia capital la tiene el talento humano y, por supuesto, el conocimiento.

Es debido a esto que la industria publicitaria no puede medirse respecto a las dimensiones que referencian su aparatosidad y el lujo de sus instalaciones, ya que lo esencial y la potabiliza lo representa el talento humano. Cuando la historia adquirió sentido, es decir cuando se hizo ciencia, los historiadores se dieron cuenta de que la estructura civilizada helénica se vino abajo por el agotamiento de sus talentos intelectual y militar, los cuales la hicieron grande.

Tucídides, quien fue el primer crítico y analista de la historia (sobrepasando a Heródoto, el gran «storyteller»), nos relata en la «Historia de la Guerra del Peloponeso» (411 a C.) cómo los griegos se consumían unos a otros mientras sus sabios se exiliaban voluntariamente hacia Roma, Egipto, o el Norte de África (como ocurrió con el propio Tucídides [460-396 a C.]).

La desunión en la Hélade marcó un desequilibrio entre sus intelectuales, que recibían mejores ofertas del extranjero. Así, la estructura griega, esa suma de arte y ciencia se vino abajo por la fuga de su talento, que Roma, más astuta, le abrió los brazos para organizar un imperio más duradero, al que sólo el cristianismo pudo sepultar cuando sus propios intelectuales comenzaron a decaer.

Aunque no creo que la historia se repita (no somos partidarios de los círculos), las espirales del cambio permanente siempre tienden a presentar hechos en sentidos desequilibrados, sobre todo cuando las múltiples corrientes que conforman el sentido crítico y contradictorio de la propia historia concuerdan en sus negaciones.

En su obra magna, «Estudio de la Historia» (1933-1961), Arnold Toynbee define «la ‘némesis’ (castigo, venganza) de la creatividad como una amenaza a la civilización». O sea, Toynbee, cuya teoría histórica se asienta en el desarrollo y vida de las civilizaciones, asocia la creatividad al progreso humano, al talento creativo como sustancia vital para sostener una nación, una civilización. Lo demás, como el tamaño, no importa.