El presidente Luis Abinader no necesitará más que voluntad para liderar el proceso de cambios institucionales que lo llevó a ganar las elecciones del 5 de julio. Ante la pandemia del coronavirus y sus nocivas consecuencias para la salud y la economía son obvias las medidas drásticas.
Todos por aquí están conscientes de que mientras los contagios continúen en alza, sin necesidad de juzgar la intervención de las salientes autoridades, la normalización de la vida social y las actividades productivas se alargará no se sabe hasta cuándo.
El hecho de que el Gobierno declare la salud como su principal prioridad en las actuales circunstancias no basta en sí mismo para lidiar no solo con la epidemia, sino con los muchos brotes epidemiológicos que afectan a la población.
Se está más que consciente de las adversidades que rodean el ascenso al poder del líder del Partido Revolucionario Moderno (PRM).
Frente a los grandes males no se le exigirá más de lo razonable, porque es más que sabido que existen problemas cuya solución, al menos a corto y mediano plazo, no depende de la voluntad del gobernante. Pero hay muchos otros, que por demás han atrofiado el proceso de desarrollo de la nación, que solo podrán enfrentarse gracias al interés que observe el gobernante.
El presidencialismo, aunque sea tiempo de desterrarse, predomina todavía como cultura del poder.
Cierto que las señales enviadas por Abinader para racionalizar la administración pública son más que auspiciosas, entre las que figura la conformación de un gabinete con políticos y profesionales no solo competentes, sino de reconocida solvencia moral.
El tiempo que se tomó para escoger una procuradora como Miriam Germán, cuyo compromiso es con el respeto a la Constitución y las leyes, así como la eliminación y fusión de entidades que no hacían más que drenar el presupuesto plantean un saludable mensaje con una función pública más eficiente.
Y aunque el foco de la población esté centrado en lo institucional, en las condiciones en que está el país bien merecen relevarse decisiones como la universalización del seguro familiar y la ejecución de un vasto programa de construcción de viviendas para reanimar la economía y fomentar el empleo.
En resumidas cuentas está más que a la vista que Abinader recibió, como dijo el ministro Administrativo de la Presidencia, José Ignacio Paliza, un país roto, cuya reconstrucción se tomará su tiempo.
Son esas mismas condiciones las que proyectan a Abinader como el gran líder que necesita el país, siempre que esté decidido a tomar la sartén por el mango o el toro por los cuernos para imponer el orden y la racionalidad, sin reparar en intereses o ambiciones particulares.
Por: Luis Pérez Casanova
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