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El viaje con Neruda

El viaje con Neruda

(2) A Efraín Castillo

Al volar en el mismo avión en que iba el poeta Pablo Neruda me le acerqué y lo abordé muy atrevido: “poeta –le dije- perdone mi intrepidez, yo soy dominicano…”, pero él no me dejó completar la oración sino que saltó de su asiento y me dijo “¿dominicano?, compatriota de mi amigo Juan ( Bosch) y de los mejores poetas de América…”. No sabes que los mejores vienen de allá, ustedes tienen no un Príncipe sino un Rey incomparable de las letras que se llama Domingo Moreno Jimenes, cuyo canto es el único perfecto que yo he escuchado en mis sesenta años de vida; y tienen un Mieses siempre muy inspirado, un Manuel del Cabral inalcanzable y que me honra con su amistad, un Incháustegui de fino estro y sumamente culto, un Pedro Mir que no solo es poeta sino además un verdadero esteta quien debiera ser el Poeta de América, y muchísimos más; pero hay uno de apellido Pellerano cuyos versos se grabaron en mí, desde muy temprano, de manera imborrable”.

Dicho eso, el poeta se puso de pie y mirando fijamente a una bella chilena sentada cerca de su butaca, dijo a media voz (aunque amplificada por el silencio general) y con el dejo que le era característico:

Yo quisiera mi vida ser burro,

ser burro de carga,

y llevarte en mi lomo a la fuente,

en busca del agua,

con que riega tu madre el conuco,

con que tú, mi trigueña, te bañas.

Yo quisiera, mi vida, ser burro,

ser burro de carga,

y llevar al mercado tus frutos,

y traer, para tí, dentro del árgana,

el vestido que ciña tu cuerpo,

el pañuelo que cubra tu espalda,

el rosario de cuentas de vidrio

con Cristo de plata,

que cual rojo collar de cerezas

rodee tu garganta…

Yo quisiera, mi vida, ser burro,

ser burro de carga…

Desde el día que en el cierro del monte,

cogida la falda, el arroyo al cruzar,

me dijiste sonriendo: ¿me pasas?…

y tus brazos ciñeron mi cuello,

y al pasarte sentí muchas ganas,

de que fuera muy ancho el arroyo,

de que fueran muy hondas sus aguas…

desde el día que te cuento, trigueña,

¡yo quisiera ser burro, ser burro de carga!…

Y llevarte en mi lomo a la fuente,

y contigo cruzar la cañada,

y sentirme arrear por ti misma,

cuando, a vuelta del pueblo, te traiga,

el vestido que ciña tu cuerpo,

el pañuelo que cubra tu espalda,

el rosario de cuentas de vidrio

con Cristo de plata,

que cual rojo collar de cerezas

rodee tu garganta…

¡Yo quisiera, mi vida, ser burro,

ser burro de carga!

Los pasajeros aplaudieron entusiasmados y a unanimidad porque al parecer creyeron que se trataba de un rapto luminoso del poeta. Pero él lo intuyó de inmediato, y por eso aclaró: “Esos versos se llaman ‘A ti, Criolla’ y provienen del numen exuberante de un poeta dominicano que se llama Arturo Pellerano Castro. Es una de las primeras poesías que yo memoricé.

Por: Manolo Nova (manolonova@gmail.com)

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