Por : Lissy DE ABREU
BUENAVENTURA, Colombia, 02 Abr 2014 AFP. – Con miedo, sometidos a extorsiones y amenazas, y con sus muertos y desaparecidos en la memoria viven los habitantes del barrio Lleras de Buenaventura, principal puerto de Colombia sobre el Pacífico y sometido por años a una creciente violencia, que en 2014 suma 87 homicidios. La disputa por el control de los corredores de salida de las drogas hacia el océano Pacífico en Buenaventura ha dejado cientos y cientos de víctimas, algunas de ellas recordadas por dos docenas de mujeres en la capilla de la memoria de Lleras, un espacio de oración y llanto para madres, hermanas y esposas. Mery Medina, de unos 50 años, es coordinadora de la capilla y confiesa que vive sobrecogida por lo que le ha tocado ver y escuchar en Lleras, una barriada de población negra en la que casuchas de madera se suceden una tras otra, muchas levantadas sobre largas estacas que impiden que la marea alta las inunde.
«Esta zona ha estado muy sometida a la violencia, había que esconderse todos los días de las balaceras y hasta recuerdo una masacre (…) en la que asesinaron a cinco personas que estaban jugando dominó», contó a la AFP Medina. Los nombres y fotos de unos 130 muertos y desaparecidos -sobre todo hombres jóvenes- se exhiben en las paredes de la capilla y Medina, que conoce sus historias, los observa y se detiene de cuando en cuando frente a alguno. Señala la foto de Lelis, un pescador que desapareció en 2008 junto a su compañero de faena. «Se sabe que los asesinaron, pero sus cuerpos nunca aparecieron», refirió Medina. «Sus esposas han tenido que salir adelante sin ellos, una con tres hijos pequeños y la otra con cuatro, una vendiendo mazamorra (postre típico) y la otra hojaldres en la puerta de su casa», añadió.
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La ruta de la droga
Ubicado en el oeste de Colombia, el puerto de Buenaventura, con 350.000 habitantes, es una importante ruta del narcotráfico hacia Estados Unidos y Centroamérica. Hoy, ante una escalada de la violencia, decenas de militares recorren a pie, en motocicletas y en tanques las calles de Lleras, donde como en tantos otros barrios de Buenaventura ocurren con frecuencia enfrentamientos entre las bandas criminales ‘Los Urabeños’ y ‘La Empresa’. Los dos grupos se encuentran en medio de una guerra que recrudeció hace dos años y que en 2014 deja ya 87 muertos, ocho desaparecidos y más de 1.000 desplazados, según la Defensoría del Pueblo. «Para establecer sus corredores de droga las bandas inciden sobre la población, la amenazan y coartan», aseguró a la AFP el comandante de la Fuerza Naval del Pacífico, Pablo Romero. Según el oficial, un aumento en las capturas y decomisos de cargamentos de droga ha llevado a las bandas -surgidas de antiguos grupos paramilitares- a buscar cada vez más dinero a través de la extorsión, a la que someten hasta a los más pobres. «Sufren extorsiones incluso peatones o pequeños comerciantes», explicó Romero, al frente de la tropa recientemente reforzada de 1.100 militares que está destinada a Buenaventura.
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Jóvenes sin opciones
Ante el paso de los militares, los vecinos de Lleras observan y callan. El silencio, sin embargo, es roto por un grupo de jóvenes venidos de otras regiones colombianas -muchos de comunidades violentas- que han llegado a Buenaventura para mostrarle a otros chicos que no tienen que ceder ante los criminales. Con canciones, pinturas y malabarismo, los foráneos invitan a los jóvenes de Lleras a acercarse a la cultura y alejarse de las armas, en medio de una iniciativa que ha recorrido varias zonas de este país, azotado por un conflicto armado de medio siglo y primer productor mundial de cocaína -junto a Perú. Los juegos y risas contrastan con la realidad a la que están sometidos muchos jóvenes a quienes las bandas «dan tres opciones: se suman al grupo, se van de Buenaventura, o los matan», contó a la AFP el defensor comunitario Beto Sandoval, que atiende diariamente hasta a 15 jóvenes amenazados.
El obispo Héctor Epalza explicó que el problema para los jóvenes también radica en que «como no hay fuentes de trabajo, no hay alternativas positivas» para ellos y con frecuencia sucumben a las ofertas de las bandas. Sobre la violencia de las bandas, Epalza recordó un episodio impactante: «El año pasado hicimos una marcha por la paz (…) y al otro día, en la cancha donde terminamos la marcha apareció un joven de 23 años descuartizado. Realmente apareció en varios barrios: las manos, los pies, el tronco, la cabeza».