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Franklin

Franklin

Narciso Isa Conde

Tan pronto Franklin se fue, anunciaron la vuelta a la “normalidad”. Y si así fuera, lo normal sería la anormalidad, porque si ciertamente la tormenta ya salió del territorio nacional, esto no quiere decir que se superó el impacto de su choque con una naturaleza degradada, menos aún las causas de los daños ocasionados.

Continuaron inundaciones y destrozos registrados al paso de sus lluvias y sus ventarrones; daños a casas, barrios, caminos, puentes, cableados eléctricos, comunidades campesinas y predios agrícolas: 2,760 vías afectadas, 547 viviendas, 120 acueductos y 47 circuitos eléctricos; posiblemente mal contados. Ahora vendrán las enfermedades bacterianas y las epidemias como el dengue y la leptospirosis.

Los medios y las autoridades dicen -y dirán- que eso “lo dejó Franklin”, y no es verdad. Nada de esto, o muy poco, se hubiera producido al paso esa tormenta sin la realidad de un pueblo empobrecido, barrios marginales, calles y carreteras sin desagües o con desagües obstruidos tapados; sin la presencia de casuchas destartaladas, obras mal construidas, líneas de transmisión eléctricas precarias, comunidades en áreas de alto riesgos, ríos depredados, infraestructuras descuidadas, Alcaldías irresponsables, y pésimos sistemas de recogida de basura…

Nada de eso se fue del país en compañía de Franklin, que en su tortuoso andar tropezó con cinco millones de personas empobrecidas, un enorme déficit de viviendas habitables y un hacinamiento atroz, un entorno natural deteriorado y un conjunto de nefastas consecuencias del ejercicio del poder transnacional y local de una clase dominante-gobernante cada vez más saqueadora, ladrona, mentirosa, abusadora y promotora de una bestial inequidad y del calentamiento global.

La mala, por tanto, no es Franklin. Malo es el sistema establecido, sus partidos, su partidocracia pervertida, sus insaciables elites capitalistas, megamineras, granceras, areneras, y compañías constructoras voraces. Malo es negociar con la salud, contaminar los ríos, sedimentar las presas, llenar al país de plásticos, dejar de construir alcantarillados sanitarios, desagües pluviales, y derrochar el dinero en obras suntuarias o mal construidas. Lo malo es crear un Estado delincuente.

Después de todo, Franklin compensa la sequía, empapó los suelos, llenó presas y limpió ríos… y sí se llevó hacia el mar capa vegetal, no es su culpa, sino de los depredadores de bosques. Pero cuidado que vienen otros Franklin y la vulnerabilidad de nuestra isla es igual o peor.

El pueblo debe hacer conciencia de esta realidad para detener este círculo vicioso que dura siglos. Hay que contribuir a crear esa conciencia, para salir del engaño de esta falsa república y falsa democracia. ¡Otro país y otro mundo son posibles y hay que recrearlos!