Política, propaganda, periodismo y presupuesto se escriben con la misma letra. Desde luego, hay que reconocer la inigualable habilidad del presidente Abinader para tratar de caer bien a todo el mundo: ha utilizado cuatro billones de pesos y treinta mil millones de dólares, es decir, el Presupuesto de la nación para consolidar su candidatura desde el inicio mismo de la Administración.
Ese colosal gasto utilizado para debilitar la integridad y resiliencia del votante, que podía pensarse que estaba mejor preparado para enfrentar las adversidades; de ir más allá de la resistencia, y penosamente no ha sido así.
El Gobierno no ha podido exhibir la formidable obra anunciada, porque decidió aplicar una política clientelista para dejar literalmente muerta la oposición, y las que se ejecutan están muy ralentizadas.Se ha impuesto la corriente dineraria a la infraestructural que ha sido el modelo clásico del reeleccionismo dominicano. Y la verdad que parecía imposible lograr repetir sólo con el discurso de promover una “gigantesca obra de gobierno llevada a cabo con probada honestidad y transparencia”,cuando lo verificable es que ese discurso ha sido simplemente una apología de la nada y de la realidad.
Todo ha sucedido como si fuera una construcción psíquica en que todos los miedos, debilidades y sueños del dominicano devienen en el presidente Abinader y su política estatal.
Después de la ley del DNI todos desconfiamos de las demás personas de ser espías; si el Presidente se duerme tarde los funcionarios también lo hacen. Un verdadero culto al personalismo.
Todavía no superamos esos miedos, y nos hacen más graves las desesperanzas. Sin embargo, las elecciones han permitido una contundente victoria del presidente Abinader y su partido, y ha sido reconocida por los opositores sin tardanza. Tiempo habrá de valorar el importante cambio de las reglas de juego ocasionado por esta iniciativa oficial y su continuidad que deja en evidencia un nuevo estilo de ganar elecciones.