Editorial Opinión

Grosera invasión

Grosera invasión

La segunda invasión militar de Estados Unidos a República Dominicana se erige como un suceso ominoso en la historia de América Latina porque Washington apeló a su poderío para malograr la cruzada cívica militar que procuraba recuperar espacio democrático conculcado por el golpe de Estado perpetrado el 25 de septiembre de 1963.

El presidente Lyndon B. Johnson ordenó el 28 de abril de 1965 el desembarco de tropas del Cuerpo de Marines, de la 82ava División Aerotransportada del Ejército, y del XVIII Cuerpo Aerotransportado, para impedir la instalación de un régimen comunista, cuando lo que aquí se reclamaba era la vuelta a la constitucionalidad.

La insurrección del 24 de abril, derivada en guerra civil estuvo a punto de conseguir su objetivo de restablecer la democracia y la Constitución política garantista de las libertades públicas, anhelo del pueblo dominicano frustrado por la grosera intervención estadounidense.

En principio, Washington quiso justificar su ignominia con el pretexto de que evacuarían a ciudadanos estadounidenses y personal diplomático de las zonas de combate, después que sus tropas venían a salvar vidas y, por último, con el disfraz de una mentada Fuerza Interamericana de Paz.

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Johnson confesó las verídicas intenciones de esa intervención militar al señalar que Estados Unidos no permitiría el establecimiento de un régimen comunista en el hemisferio occidental, pese a que no pudo demostrar que la Revolución Constitucionalista tuviera otro matiz que no fuera el de restablecer la democracia.

Desde abril de 1965 hasta septiembre de 1966, las botas extranjeras mancillaron a la Patria de Duarte, periodo durante el cual se escribieron gloriosas páginas, que consignan el valor y arrojo de un pueblo que enfrentó con dignidad y honor al invasor, en heroicos episodios que perdurarán por siempre en anaqueles de la historia nacional.

Al cumplirse hoy el 58 aniversario de esa invasión, buenos y verdaderos dominicanos no debería olvidar que hoy como nunca se requiere tutelar a los inalienables valores de la democracia y la soberanía, aguijoneados por nuevas formas no menos groseras de intervencionismo promovidas por grandes metrópolis que grandes metrópolis.

Una nación agradecida expresa hoy sentido voto de imperecedera gratitud a los miles de combatientes civiles y militares que elevaron al más alto pedestal la dignidad nacional ante esa grosera intervención militar, en especial a quienes ofrendaron sus vidas por la democracia y la libertad.

El Nacional

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