Como sistema de signos, la ironía sigue siendo uno de los recursos más antiguos de la inteligencia y de la cultura universal.
En la historia de la filosofía aparece como una de las variadas formas de estrategia discursiva. Se puede afirmar que ella es obra de la razón y de la intuición. Como discurso, está asociada la burla y al cinismo, se solaza en el sarcasmo y se encubre bajo la sombra de la parodia. También está emparentada con la sátira, con el humor y puede ser vista “como un grado avanzado del saber”. F. Schlegel la calificó de cinismo universal”.
Aparece por primera vez en los dramas de la antigua Grecia como el Edipo Rey de Sófocles, en los diálogos platónicos y en los discursos socráticos. Pienso que Aristóteles fue un ironista magistral, quien la ejerció con notable éxito. Desde la antigüedad el ejercicio del derecho es uno de los escenarios más propicios para la ironía. Los sofistas griegos también fueron grandes irónicos al igual que Sócrates.
Es cierto que la ironía tiene sus propios bemoles: puede aparecer disfrazada en las propuestas alegóricas de políticos sagaces, es caldo de cultivo del discurso forense, puede aparecer en el pensamiento de los sabios y filósofos hasta en las obras de la literatura universal. Shakespeare fue un irónico cabal en su momento, porque la trascendió. Cuando Romeo encuentra a Julieta drogada y se suicida estamos asistiendo a una de las más bellas formas de la ironía. Pienso que Alfonsina Storni fue una irónica por excelencia y no lo supo. Dejó un poema de desamor escrito encima de la mesa y se fue a Mar del Plata a suicidarse. La vida también puede jugar a la ironía, por eso ella extiende sus tentáculos hasta las infinitas ruedas del azar.
La muerte inesperada puede ser un episodio irónico de la vida; también un premio inesperado puede caer en el rango de la ironía. En La Celestina de Fernando de Rojas, la muerte de Melibea representa un episodio irónico.
Los irónicos pueden cultivar rechazo o adhesiones, por su capacidad zahiriente. No todos estamos en capacidad de aceptar en el fondo la ironía, ella espolea hasta en los espíritus más sosegados y nobles. En ocasiones, el discurso irónico taladra el alma y los sentidos del burlado, de ahí que su efecto perlocutivo provoca pena y angustia en quien la padece, y solaz regocijo en quien la práctica.
En ocasiones, la ironía es “risa encubierta” capaz de seducir a los espíritus más fuertes, pero en otras ocasiones parece soberbia inducida del intelectual.
Así, el irónico podrá ser calificado de petulante si no se lo entiende, pero de inteligente si su discurso trasciende los postulados verbales y alcanza la categoría del razonamiento. Por esta razón la ironía puede ser vista como una forma del conocimiento o como “sonrisa de la inteligencia”.
Tanto así que “en la ironía socrática había también una intención filosófica”. Jankélévitch (2020) plantea que “el espíritu de la ironía es, sin duda, el espíritu de la distención, y aprovecha la menor tregua para aguijonear a los inconscientes”.
También el arte es un escenario propicio para la ironía. Una película puede adoptar una forma irónica para transmitir un mensaje, así como las más fieles representaciones teatrales pueden escenificarse irónicamente.
La ironía puede ser breve y sucinta en su forma, pero avasallante por el sentido abarcador de su territorio. De ahí que la ironía es caja de resonancia de la inteligencia. A veces se piensa que la experiencia irónica puede representar un acercamiento a la filosofía por su grado de reflexión.
Aunque Jankelévitch nos presenta la evolución de la ironía desde los antiguos griegos hasta nuestros días, tratar de rastrearla como sistema de pensamiento ambivalente es un tanto difícil de detectar, sobre todo cuando esta se refugia en la paradoja y en la burla.
Borges fue un irónico completo. Por su fina ironía conquistó la categoría de genio. En tanto llegó a decir: “que otros se jacten de las grandes páginas que han escrito, yo me enorgullezco de las grandes páginas que he leído”. Con esta frase se instaló en la plataforma de la ironía, la que más tarde completó en sus ficciones.
Visto así, me parece que este tipo de discurso es territorio de un juego lingüístico en el que confluye una porción importante del pensamiento y del genio creativo.
La ironía sumerge sus tentáculos en lo sagrado, en lo profano, en lo religioso, en lo político, en el amor y en todos los renglones de la vida pública. Toma fuerza porque también eclosiona en los poderes fácticos. Pues no le vasta su brevedad, porque es intensa en el contenido, por eso su territorio es basto. Pues clava sus tentáculos en lo más hondo del alma humana. Puede provocar disgusto o placer, porque tiene la intensión de persuadir y en ocasiones encamina al más osado de los hombres hasta el grado de la venganza.
Hay que aprender a evadir el mundo de la ironía para que de ella no nos sorprenda el juego cruel del sarcasmo y terminemos avasallados por la burla.
Por Eugenio Camacho
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El autor es escritor.