Por Ernesto Guerrero
(guerrerocamiloe@gmail.com).-
Vladimir Putin anunció que su país patentizó la primera vacuna contra la covid-19, y que a principios de septiembre estará disponible para su distribución. No obstante, en lugar de proponer el premio Nobel de Ciencias para los investigadores rusos, la comunidad científica reacciona con dudas y escepticismo, por considerar que al saltarse la crítica fase de comprobación de eficacia y seguridad, los resultados pueden ser contraproducentes para todo el mundo.
Vivimos en un mundo globalizado, con economías relacionadas. La manera más rápida de acabar con la epidemia es hacerlo de manera conjunta. Un país no estará seguro mientras su vecino no esté en la misma condición. En lugar de trabajar juntas en las investigaciones, las grandes potencias apuestan al nacionalismo.
En la actualidad hay 26 posibles vacunas que se prueban en diferentes fases. Seis están “en ensayos clínicos”.
Tres de las seis se desarrollan en China, mientras otras son estudiadas en laboratorios de las farmacéuticas estadounidenses Pfizer, Moderna y la británica AstraZeneca, esta última en colaboración con la Universidad de Oxford.
Sputnik V es el nombre de la vacuna rusa, en referencia al satélite con el que la Unión Soviética se puso adelante en la carrera espacial en la década de 1950. Por su parte la OMS considera que “Acelerar los progresos no debe significar poner en compromiso la seguridad”. También, las principales farmacéuticas en Rusia advertían que aprobar la vacuna antes de concluir esos ensayos es muy arriesgado.
A los expertos, les preocupa que la aplicación de vacunas no sean debidamente comprobadas por temor a una falsa sensación de inmunidad que lleve a abandonar prevención eficaces o que sus fallas estimulen movimiento antivacunas.
Ojalá la Sputnik sea segura y efectiva. Es más sensato, seguir suscritos al COVAX que es el mecanismo global a través del cual los países se están uniendo para gestionar las vacunas. suministros.
