Palomitas de maíz, refresco, Milky Way, hot dog, papas fritas, etc. Estos productos son tradición y parte inherente de la parafernalia de una sala de cine. En su comercialización es que están las ganancias de estos establecimientos.
Para tener atractivos, algunas cadenas de cine tienen hasta un bistro, en donde se degustan suculentos platos, como es el caso de las prestigiosas empresas Cinemark y Cinépolis, dedicadas a la proyección de películas.
La palpable realidad que le ha puesto una daga en el cuello a la “pantalla grande”, es el desarrollo de la tecnología, la cual ha llevado el cine a los hogares. Con un televisor 4K de 82 pulgadas, un home theater con sonido Dolby, y dos suscripciones (una en Netflix y la otra en Disney Plus), cualquiera le da la espalda a las salas de cine.
A esto se agrega la COVID-19, enfermedad que ha traído un nuevo comportamiento social, lo que obliga a estas compañías a repensarse para no perecer.
Y uno como cinéfilo proveniente del cine de la UASD dirigido por Humberto Frías, y la Cinemateca fundada por Agliberto Meléndez y Adelso Cass, se pregunta: ¿Están las salas de cine amenazadas a su desaparición?.
Los últimos movimientos de las grandes distribuidoras revelan que éstas buscan mantenerse en las “dos aguas” del negocio del séptimo arte: por un lado exhiben sus filmes en las clásicas salas de cine; pero por el otro, le dan prioridad a los estrenos en la web. En los últimos meses tanto Disney como Universal se han decantado por este modelo de la industria.
Por: Elvis Valoy
elvis.valoy@gmail.