Por Fernando De León
(fernando26.deleon@yahoo.com).-
Así como los esclavos utilizaron la percusión de los tambores como medio de protesta e instrumento de distracciones puedo decir que aunque con otros objetivos, en tiempos aciagos; la serenata fue mi aliada.
Hace varios siglos, los De León, de ascendencia judío sefardí, se establecieron en Sánchez, Samaná. Una familia en la que no pocos tienen talento musical.
El pionero en esa virtud fue Chelo De León, quien vivió en Miches; porque los de esa estirpe se desplazaron en todo el litoral noroeste. Luego emprendieron ruta a la zona Este, a la capital, donde nací; y otras regiones de República Dominicana.
Me encargué de indagar sobre ese origen, aunque al único que conocí fue al maestro Héctor De León-Cabeza- Mi familia inmediata desconocía los datos sobre ese legado. Esto, aunque muchos de ellos si no tocan bailan, y tienen buena guataca (oído musical).
Retomando el encabezado de este artículo debo decir que luego de la muerte de mi madre, Juana, una mujer de fino tacto para la música pero negada a que yo tomara ese camino; me quedé desamparado y sin hogar alguno. Estuve rodando. Pero en aquellos tiempos, paradójicamente de gratos recuerdos, como juglar, daba serenatas con algunos amigos, y ello me servía para pernoctar y evitar la fatiga de mí trasnochada existencia de entonces.
Que recuerde, nunca le di una serenata a una enamorada o noviecita (perro flaco no retoza); pero si fueron innumerables las prodigadas a la ventana o puerta de la novia de un amigo. Pasado el tiempo, con aficionados del callejón “El embudo” de la barriada de San Miguel, próximo a la iglesia y el parque del mismo nombre, me involucré en el grupo “Los Bacanales”, que amenizaba fiestas privadas.
Fue como bolerista de esa agrupación cuando hube de cobrar mis primeros 60 pesos. Para la época, era dinero que resolvía.
Aunque muchos consideran que yo era muy bueno, mi accidentada vida y principios, que no sé si equivocados; me despegaron de ese mundo. A otros les dejé esa tarea.
Como el talento que depende de un órgano físico como es la garganta, si no hay una práctica y una vida ascética suele oxidarse; hoy sólo me quedan los recuerdos, y cierta frustración.