Por: Oscar López Reyes
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Descanso del jefe de Estado
El presidente de la República descuella como el único ciudadano que, en sus travesías vehiculares, es seguido por una ambulancia, sin estar enfermo. Cuando asiste a un banquete, un médico prueba la comida para saber si está saludable. Discretamente, para sentir primero si contiene alguna partícula tóxica, la saborean miembros de su seguridad, que están prestos a desplegar un escudo humano -ante un eventual ataque- para sacrificar sus vidas en aras de la protección del jefe de Estado.
En las naciones con ausencia de terrorismo o turbación socio-política y militar, la mayor amenaza de un mandatario se escarpa en su salud, y por ese discernimiento se le reserva una casa de veraneo para yacer en el ocio.
En Estados Unidos fue construida, en 1942, la mansión de Camp David, en el Condado de Frederick (Maryland), en las afueras de Washington, un parque aislado y recreativo, apropiado para la tranquilidad, la relajación y la contemplación de los gobernantes de turno.
En República Dominicana, para sustituir la casa presidencial enclavada en la avenida España, donde hoy turistea el Acuario Nacional, en 1974 el gobierno adquirió la villa presidencial de Juan Dolio, a orillas del mar Caribe, que esporádica y efímeramente fue hospedaje de los presidentes Antonio Guzmán e Hipólito Mejía, y en ella poquísimas veces pernoctaron Joaquín Balaguer, Leonel Fernández y Danilo Medina. No ha sido visitada por Luis Abinader.
Reposar y conciliar el sueño reparador son requisitos cardinales para resguardar la imprescindible salud de un presidente de la República.
Si yo fuera un legislador -¡agua tata, agua mama!, presentaría un proyecto de Ley -¡Ave María purísima!- para establecer la obligatoriedad de que se tienda en la alcoba un mínimo de siete horas todas las noches, camine descalzo por las arenas de Juan Dolio, por lo menos cada 15 días, y practique yoga.Si los mandatarios descansan y duermen bien, tendrán más sosiego y equilibrio emocional para tomar decisiones con certeza, en la tirantez de tantos reclamos e intereses en pugna.
La paciencia, duchada de relajada serenidad, será un muro de contención para evitar el descontrol: sufrimos porque nos tiran boches y por rencores ante críticas sanas hechas antes de terciarse la banda de primer regente de la Nación.
La preservación de la salud del jefe de Estado es una cuestión de seguridad nacional, porque representa estabilidad, seguridad y confianza.
El receso en las tinieblas de 7 u 8 horas en el catre y un alto encandilado en el silencio, por lo menos semanal, adquiere rango de primera alineación, como coraza ante las desmesuradas presiones y el deseo inconmensurable de cumplir los compromisos contraídos. Así las canas y el envejecimiento prematuro aguardarán por otra temporada.