Eslovenia gira en torno a Luka Doncic. Su imponente figura, omnipresente, es lo que motiva a la selección de su país, que sigue sin dudar a su héroe y mesías.

Si en 2017 era Goran Dragic el héroe de turno (35 puntos en la final y medalla de oro), 5 años despuñes es la estrella de los Mavericks la que domina el mundo, con Dragic de gran lugarteniente y un equipo construido para ayudarle en todo lo que se pueda: aprovechar los espacios que crea cada ve que tiene el balón, liberarle lo máximo posible en defensa, anotar cuando reciben y cargar en el rebote ofensivo (Mike Tobey a la cabeza) cuando es necesario.

Todo lo que sea para apoyar a su gran líder, un hombre que con 23 años va camino de convertirse en una leyenda… si es que no lo es ya.

Sin embargo, todo lo que rodea a la estrella eslovena no evita que se siga hablando sobre su peso, un tema muy recurrente que no cesa y que siempre está sometido al juicio de la opinión pública, ese lugar en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras.

Cada pretemporada, la forma física de Doncic se pone en duda, su cuerpo de hace cinco años es constantemente comparado con el de ahora y las insinuaciones sobre el poco cuidado que le dedica no paran de sucederse.

La realidad, esté o no en consonancia con su estado físico, es que Doncic ha empezado renqueante más de una temporada en la NBA y, a medida que ha ido mejorando físicamente, su producción y sus labores en pista han cambiado y han crecido de forma exponencial.

La tónica siempre es la misma en los cuatro años que lleva en la NBA, y con 23 afronta el quinto, el primero de su extensión de su año rookie, con sensaciones similares y cada vez más notorias y palpables, al menos desde que abandonó el Real Madrid y puso rumbo a su destino, perfectamente visible en la mejor Liga del mundo, una competición que lleva su nombre.

Alberto Clemente
AS.com